En una vieja obra de teatro de los hermanos Álvarez Quintero, los padres trataban de casar como fuera a su hija mayor, una muchacha con un genio de mil demonios. Acostumbrada al desfile de pretendientes que, al final del protocolo, salían huyendo, la solterona, impaciente, siempre decía lo mismo: "¿Se me queda o no se me queda?". Ya estoy viendo a Juan Román Riquelme repitiendo el mismo soniquete: "Y qué... ¿Se me queda o no se me queda?". Habría que llevar a Mauricio Macri, presidente de Boca Juniors, a ese programa de televisión que se llama flashback, para conocer exactamente por qué le tiene tanta tirria a J. R. A este paso se convertirá en el soltero de oro, la joyita de la corona de Boca. Y cuando Macri quiera traspasarle, con los cincuenta años recién cumplidos, a Riquelme ya no se le quedará nadie.
A Juan Román le han encerrado en un "corralito deportivo" del cual tiene muy complicado huir. Le quiso el Barcelona y un informe de Rexach apostó por la incompatibilidad con Rivaldo. Le pretendió recientemente el Atlético de Madrid pero un problema con los directivos del club argentino abortó la operación. Hace poco secuestraron a su hermano y ahora Marcelo Bielsa, seleccionador nacional, le deja en tierra y no se lo lleva al Mundial. Tal es la desesperación de Riquelme que ha amenazado incluso con abandonar la práctica del fútbol, y ahora advierte sin rubor que firmó dos precontratos, uno con el Barcelona y otro con el Atlético.
Argentina es una extraordinaria factoría de jugadores de fútbol que, tarde o temprano, terminan emigrando al fútbol europeo: Saviola, Aimar, Palermo, Solari, González, Verón, Collocini, Pellegrino, Ayala... Ninguno de ellos (a pesar de que servidor se "pirre" por el fútbol del "payaso") atesora el genio global de Riquelme, un jugador de una pieza entorno al cual puedes "armar" tranquilamente un equipo. J. R. decidió hace un par de años que su ciclo en Argentina había acabado, y eso no quiso comprenderlo Macri, que ha pasado a ser ya, inevitablemente, el malo de la película. Los aficionados al buen fútbol asistimos ahora atónitos e impotentes al bochornoso menoscabo de la dignidad de un artista, prisionero de un corral que, a diferencia de lo que sucede con el económico, no puede levantar ni siquiera la justicia.
El presidente Duhalde debería llegar a un acuerdo con el FMI para, a renglón seguido, despertar a tortazos a los dirigentes de Boca Juniors. El corazón de J. R. seguirá estando siempre en el equipo xeneize, pero su cabeza —que es la que realmente vale tanto dinero— está ya en otro sitio: en el Nou Camp, en el Vicente Calderón, pero fuera de Argentina. Macri debería entrar en razón antes que acabar volviendo loco de remate al futbolista con los movimientos más cuerdos que recuerdo.
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