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Semifinales de Wimbledon del año 1983. El norteamericano John Mc Enroe se enfrenta al checo Ivan Lendl. 6-6 en el primer set, y 3-3 en el "tie- break". Sirve Lendl, como siempre poderosísimo, pero Mc Enroe resta con un revés cruzado que le deja clavado en el suelo. El servicio pasa a estar en poder de "Mac". El primero lo gana para apuntarse el 5-3, pero el segundo –aunque ejecutado con su habitual magisterio– es devuelto con una inusitada virulencia por Lendl, la rebeldía de quien se sabe acorralado. Mc Enroe simplemente se desliza por la hierba, como si fuera transportado por uno de esos rodillos mecánicos para pasajeros que hay en los aeropuertos, y acaricia -clic- la bola -clic- dejándola pegada a la red. Clic, clic, clic. Eso es tenis.

Lendl vestía una camiseta blanca de la marca "Adidas", adornada con unos rombos azul oscuro, azul claro y rojo intenso; posteriormente, y porque aquel tipo de prenda la llevaba Ivan, los rombos se llevaron mucho a mediados de los ochenta. Mientras que Mc Enroe, también de blanco, lucía un polo con una enorme franja roja a la altura de sus hombros, (quien sabe si simbolizando el peso de la púrpura de ser el tenista número uno del mundo) fronteriza con otra minúscula y también blanca que la separaba del resto. Eso es moda.

Recordaba perfectamente aquel revés. Era uno más de Mc Enroe, y sin embargo siempre me llamó la atención la naturalidad con la que aquel bendito loco recogió con su raqueta –como si esta se tratara de un caza mariposas– un obús, transformándolo en una bolita de algodón. Aquel tipo era un mago. Para contarles exactamente qué prendas lucían uno y otro contendientes me he tenido que ir al archivo. Cuando Mc Enroe estaba en una pista no había tiempo para chorradas. Aquello era tenis en su estado puro, y había que sacarle el mayor provecho porque era imposible predecir cuanto duraría. El video (el segundo gran invento de la humanidad en el siglo XX tras el aire acondicionado) lo mantiene intacto, fresco, incorruptible. Si yo recordara cómo vestía Mc Enroe, pero no su revés, sería la prueba irrefutable de que no me gustaba el tenis.

En la era de la "williamnización", con los recogepelotas más pendientes del recoveco y el escote, era de prever que a ellos también les diera por lucir palmito. La ATP no se opone a las camisetas sin mangas, ni tampoco a que los tenistas luzcan bíceps, simplemente porque cada vez quedan menos tenistas vivos en activo. Y el penúltimo –Sampras– puede decirnos adiós. ¿Dónde están Borg y Connors? ¿Dónde Becker? ¿Por qué no regresa Chris Evert, la gran dama del tenis estadounidense? Me hago mayor. Y ahora al tenis le hacen un corte de mangas.

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