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Juan Manuel Rodríguez

Cruce con Ripken la frontera de los 40

El otro día un compañero me soltó a la cara lo siguiente: "¿Sabes que tu voz tiene enamorada a una estudiante de periodismo? Me ha preguntado cómo eres y he contestado que un maduro interesante"... ¿Maduro yo? ¿Cómo que maduro? ¿Es que acaso soy una pera o una manzana a punto de estamparse contra el suelo? De un tiempo a esta parte, noto que las conversaciones con mis amigos versan básicamente sobre la velocidad, en sus diferentes vertientes, y la edad. Yo aún me agarro con fuerza a los vaivenes de los "treinta y tantos", pero tengo un compadre que este domingo alcanzará inevitablemente... ¡los 40! Anda con la crisis a cuestas y para curarle prometo contarle la historia de Cal Ripken Jr., el "hombre de acero" del béisbol, otro "maduro interesante" sin duda.

Ripken se retirará oficialmente con 41 años el próximo 30 de septiembre y pasarán muchos más hasta que otro jugador iguale una marca realmente excepcional: 2.632 partidos jugados de forma consecutiva (16 años y 4 meses sin perderse uno solo de los encuentros de su equipo de toda la vida, los Baltimore Orioles). "Iron Man" fue designado MVP de la Liga en dos ocasiones y posee dos "guantes de oro". En 1995 igualó el registro del universal Lou Gehrig, que en 1939 se retiró con 2.131 partidos disputados. A Ripken, como a otros muchos campeonísimos, le pudo el aburrimiento; un buen día le dijo a su entrenador que ya no le apatecía jugar. Fue así de simple. Se sentó en el banquillo y salió otro en su lugar.

Es curioso, porque marcas como Coca-Cola o 7 Eleven han escogido a Cal Ripken como su imagen, su estandarte público. Y digo que me resulta curioso porque, en teoría, esas son bebidas refrescantes para la chavalería. ¿Por qué será? El hombre que llegó a disputar 95 partidos seguidos sin cometer ni un sólo error ha encontrado, por fin, el secreto de la eterna juventud y ahora quiere ser copropietario de una de las franquicias de la Major League (se habla que podría ser precisamente Baltimore) y diseña el Ripken Stadium, un complejo que siga atrayendo a los buenos aficionados del béisbol.

Cal dirá adiós como Dios manda, en el Yankee Stadium de Nueva York, a lo grande. Pero en realidad será sólo un "hasta luego". No me negarán que la historia del pequeño de los Ripken es el mejor antidepresivo para cruzar con tino y sin lágrimas en los ojos esa frontera psicológica de los 40. La recordaré este domingo con el único fin de que luego me la devuelvan. Aunque en mi caso faltan todavía muchos años para llegar a los fatídicos "4" y "0". ¿O no?

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