Menú

El árbitro es una especie en vías de extinción. ¿Quién, en su sano juicio, quiere ser el enemigo público número uno, un domingo sí y otro también? Todo el mundo zarandea al árbitro, y hasta el último mono quiere timarle, confundirle con piscinazos y otras malas artes. El fair play sólo existe en algunos partidos amistosos navideños y en la imaginación de determinados directivos. Cuando empieza el partido, se inicia la cacería del zorro. El árbitro está sólo, y en ocasiones hasta sus teóricos ayudantes le equivocan. El portero puede “cantar”, pero su fallo no va más allá de una semana. El delantero seguirá firmando autógrafos tras un error lamentable. Si el árbitro se equivoca (y hay 22 jugadores en el campo, y cuarenta mil aficionados en las gradas, tratando de hacerle "luz de gas") pasará a la intrahistoria deportiva como el maleta que erró aquel 3 de octubre de 1961 a las seis y veinticinco. Para el árbitro no hay suficientes escondrijos en la tierra tras un mal partido. Tampoco para la señora madre del árbitro que, muy probablemente, le preguntará incrédula a su hijo "¿quién es penalti?".

No es de extrañar, por tanto, que el trabajo de árbitro tenga una clara tendencia a la desaparición. Cada vez hay más clubes, y más niños que quieren ser Overmars o Casillas (eso es lo que quieren los niños porque los padres piensan en sus cuentas corrientes). Hay más partidos que dirigir, pero menos árbitros que puedan pitarlos. Más de 400 colegiados de diferentes categorías se han dado de baja, de ahí que muchos colegios territoriales vayan por ahí colocando originales cebos, para ver si pican.

En Baleares han reclutado una cincuentena gracias a un reportaje, mientras que en Castilla-León se han gastado dos millones para sacar por la tele a Turienzo Alvarez y Rodríguez Santiago. En el colegio cántabro iniciaron una campaña radiofónica con cuñas del tipo de: "¿quién ve el fútbol más cerca?" y, desesperados, en Navarra pensaron echar mano de los inmigrantes ("el único problema son los papeles"). Darán lo mismo las argucias que empleen si desde fuera sigue viéndose al árbitro de fútbol como un ser indefenso, un hombre sólo ante un destino incierto y oscuro.

El día que los jugadores consideren al árbitro como un deportista más, y los directivos no recurran a la fácil argucia de acusar siempre al más débil, ese mismo día resurgirá la vocación arbitral. En Inglaterra parece que dieron con la fórmula, pero en España el árbitro sigue yendo camino del cadalso. "¡Coged piedras que ya vienen los ciclistas!", dicen que gritaban en los pueblos cuando el deporte de la bicicleta no era aún conocido. Aquí, en pleno siglo XXI, se sigue pensando eso de "¡Coged piedras que ya llega el árbitro!". Es normal que cada vez haya menos. Me río yo del puenting y del rafting.

En Deportes

    0
    comentarios