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Ya no es nuestro compadre Juanito sino simplemente Johan, ese alemán que quiso sacar partido del oro español y que abusando de la inocencia de nuestros directivos pretendió llegar primero chutándose a escondidas "darbepoetin alfa", una perversa sustancia que provoca un aumento demasiado rápido de la hemoglobina. Por no ser, Johann Muehlegg ya no es ni siquiera Don Pelayo como tituló en su día el diario "Marca" nada más conocerse la obtención de la primera medalla de oro. ¡Don Pelayo ni más ni menos!... ¿Y por qué no Rodrígo Díaz de Vivar? Hoy, después de que el Tribunal de Arbitraje Deportivo reunido en Lausana decidiera retirarle las dos medallas de esquí de fondo conseguidas en Salt Lake City, seguro que Muehlegg ya no seguirá siendo a ojos de la ministra Del Castillo "ese gran español" sino "ese alemán... ¿Cómo decías que se llamaba? ¿Stefan? ¿Ludwig? ¿Otto?" Sí, seguro que hoy les vendría a las mil maravillas que se llamara Otto Muehlegg porque Otto no tiene traducción al castellano y a nadie se le habría ocurrido tampoco llamarle "Ottito" Muehlegg.
 
De haber nacido en Chinchón Johann Muehlegg seguiría siendo igual de tramposo. Hizo trampas inyectándose la darbepoyetina y le pillaron con un control imprevisto. Pero es que resulta que Muehlegg no había nacido en Chinchón y que se nacionalizó español en 1999 cuando la federación de su país de orígen no le dio lo que quiso. Incluso estuvo en un tris de largarse con los italianos. Muehlegg no convivía con el resto de deportistas españoles y tenía sus propios preparadores, y sus "éxitos" poco o nada tenían que ver con el nivel del esquí español. Por eso cuando cruzó la línea de meta portando una inmensa bandera española yo ni me inmuté. Aquello no me decía nada. Y por eso ahora tampoco lo siento porque yo a Muehlegg nunca le llamé "Juanito" ni se me ocurrió compararle con Don Pelayo. Lo más injusto para todos (incluido el propio Muehlegg) ha sido tener que esperar casi dos años hasta conocer la sentencia definitiva. Un poco más y habríamos llegado a los Juegos de Invierno de 2006. ¿Tenía o no tenía razón nuestro (porque este sí lo es) Paquito Fernández Ochoa?

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