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Jorge Valdano, con ese afán literario suyo de poetizar el fútbol, definió en su día a Romario como un "futbolista de tebeo". Quería decir que al brasileño sólo le faltaba ser un cómic para jugar como Oliver y Benji, aquellos "mangas" japoneses que se congelaban en el aire y que remataban como Pelé sin pestañear.

Debe ser que sus múltiples labores como nuevo "boss" merengue han debilitado la musa del argentino; al terminar el partido contra el Bayer Leverkusen, Valdano dijo de Roberto Carlos que era un animal. Ni tebeos ni poesía para el ¿defensa? carioca del Madrid... Pero la verdad es que tenía razón: Roberto Carlos es un animal; sólo falta saber si es un guepardo o un tigre, una pantera o un león... o un mítico centauro. Probablemente un cruce de todos al tiempo, lo que constituiría un caso único en la historia de la evolución. Un reto para Charles Darwin.

Y hay que decir que cuando Roberto Carlos llegó del Inter de Milán lo hizo como un jugador rebotado; con caché, pero rebotado. Sólo estuvo una temporada en el "calcio", y aunque jugó treinta partidos y marcó cinco goles en Italia nunca supieron si el jugador nacido en Garca tenía que jugar arriba o abajo. Esa dicotomía y la polémica diaria amargaron al futbolista, y de ello supo sacar provecho el Madrid que le trajo por menos de lo que luego costaron Canabal o Karanka. Una bicoca, una ganga.

Hoy Roberto Carlos se ha erigido en el "jugador-franquicia" del Real, líder indiscutible del equipo junto a Raúl pero, al contrario que el madrileño, menos frío, con una conexión más directa con los aficionados, lo que los técnicos en la materia catalogarían como un "relaciones públicas". Y eso resulta básico en el fútbol moderno: saber vender el producto.

De forma que ciertamente Roberto es un animal, aunque nadie podrá negar que muy racional. Dos zarpazos suyos hicieron trizas al Bayer, y tres galopadas por la banda izquierda rompieron la maldición que impedía a los merengues traerse una victoria de Alemania. Al final el Valdano más crudo, el menos poético de todos, tuvo más razón que un santo.

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