Si el Real Madrid no encuentra tiempo suficiente para rendirle su justo y tranquilo homenaje anual a don Santiago Bernabéu es que ya no lo hay, ya no hay tiempo. El fútbol no tiene tiempo que perder, ni tampoco tiempo que ganar, y por eso el Real Madrid ha aparcado en segunda fila el trofeo que lleva el nombre y apellido de su ex presidente, una competición surgida con las mejores intenciones allá por 1979, pero descafeinada tras un cuarto de siglo en el que todo ha cambiado demasiado. El Real Madrid recibe a los Pumas de México entre la primera y segunda jornadas de la Liga española, y la única circunstancia realmente emocionante que yo observo en este partido de Tercera que trata de rememorar a uno de los hombres que inventó la Copa de Europa es el de presenciar a Hugo Sánchez sentado en el banquillo del rival madridista.
Creo recordar que aún conservo una vieja tarjeta de visita de Hugo Sánchez, el mejor vendedor de sí mismo, con un enorme "9" sustituyendo con lujo tipográfico y faraónico a la "g" de "gol" que lleva su nombre. Pero en realidad a Hugo, "Hugol", no le hacía falta que nadie le vendiera, se vendía muy bien él solito. Hugo Sánchez era tan bueno, tan bueno, tan bueno en su trabajo, que incluso sacaba tiempo suficiente para los fuegos artificiales, de ahí que inventara el "escorpión" -jugada que no recuerdo que hiciera en ningún partido relevante-, y pusiera nombre -el suyo, por cierto- a una jugada que no creó él pero que hoy conoce todo el mundo como "huguina". Luego, entre gol y gol, daba piruetas y se entretenía un rato. Mantengo la firme teoría de que Hugo Sánchez se aburría tanto de enchufarlas todas -con la cabeza, con los pies, con el pecho y hasta con el mismísimo culo le he visto yo meter la pelotita entre los tres palos- que hubo de buscarse un divertimento añadido.