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El joven escritor madrileño, David Torres, acaba de quedar finalista del Premio Nadal de literatura con una novela titulada "El gran silencio", protagonizada por Roberto Esteban, un púgil retirado, ex campeón del peso medio, que ahora malvive como matón a sueldo y que sólo tiene dos amigos, un pez luchador tailandés y un camarero lacónico, y una afición, la de oír compulsivamente la "Fantasía en Do Mayor" de Schumann. Escuché a Torres negando la mayor –"no, no soy boxeador, me parece que tendré que desmentirlo muchas veces a partir de ahora"– nada más recibir su premio, pero lo parece, tiene aura de púgil.

Al lado del reconocido novelista y autor teatral Andrés Trapiello, ganador al fin y a la postre del galardón literario más antiguo que existe en nuestro país, con esa chupa suya de cuero negro, y la nariz rota o a punto de romperse, y esas ojeras provocadas por noches de insomnio, si no supiera ahora que Torres es escritor y guionista del magnífico programa televisivo "Al filo de lo imposible", juraría haberle visto acompañando como extra a un jovencísimo Kirk Douglas (otro camarero en la ficción, hijo de trapero en la vida real) en "El ídolo de barro", la mítica película dirigida por Mark Robson. El boxeo sigue siendo una fuente inagotable de buenos guiones, extraordinarias novelas y cuentos cortos. De lo cual me alegro.

Si Roberto Esteban se ve obligado a aceptar el encargo de proteger a una joven bailarina amenazada de muerte por su propio marido, un bailaor retirado que se quedó cojo tras un aparatoso accidente de tráfico, Nacho Barrientos –protagonista de "Campeón Ligero", uno de los cuentos de Juan Villoro– tiene tras de sí un perfil psicológico mucho más enrevesado. Barrientos cree haber cometido un asesinato, y ese complejo de culpabilidad le lleva a boxear. Se convierte así en un fajador que, exento de cualquier técnica al uso, se limita a encajar los golpes, facturando así sobre el ring la pena que no le hizo pagar la ley. Barrientos gana sus combates hasta el preciso instante en que, por mediación de un amigo suyo, se sabe libre de toda culpa. Entonces los pierde porque no existe una sola persona sensata en este mundo que esté dispuesta a aguantar tantos golpes sin devolverlos. Y es que, como reflexiona con mucha inteligencia y tino el propio Villoro, "el boxeo tiene más que ver con soportar el castigo que con propinarlo".

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