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El otro día decía que los Juegos de Sydney serían de Ian Thorpe o de nadie. Me equivoqué de hombre, aunque no de deporte: la natación. Thorpe es el más veloz, junto al holandés de apellido kilométrico - Van de Hoogenband -, o el ruso Popov, pero será sin embargo el héroe guineano Eric Moussanbani quien eclipse la carretilla de oros, platas y bronces de todos ellos juntos.

Eric nadó en solitario la primera serie de los cien metros; lo hizo por la calle número 5 aunque segundos antes de zambullirse en la piscina se apercibió de que lo haría sin compañía. Los jueces habían descalificado al nigeriano Bare y a Farkhod Oripov, de Tajikistán. Preguntó: "¿Yo sólo?", y se lanzó al agua patos.

La historia de este chaval de veintidós años no tiene desperdicio. Es el resultado de la universalización forzada que pretende el COI, y también la de un superviviente nato. Eric aprendió a nadar en enero; lo hizo en las piscinas de los hoteles de Malabo, y fue en Australia donde aprendió a virar bajo el agua. Acabó realizando una marca de 1:52.72, superior en más de un minuto a la del mejor clasificado, y en algún momento temieron que acabara ahogándose.

Su única preocupación era que no le entrara agua en la nariz y ni siquiera eso consiguió. Moussambani nunca había cubierto cien metros seguidos, a él le parecía demasiado pero su entrenador le obligó. No tenía gorro y reconoció que había sido abanderado de su país porque "necesitaban a uno bajito".

Sin embargo Eric logró lo que no consiguieron sus rivaes: los espectadores acabaron jaleándole puestos en pie. La historia tiene final feliz porque "Speedo" le ha contratado. Moussanbani podrá cumplir así su sueño algún día y dedicarse por entero a la ciencia. Será lo mejor porque su destino no está precisamente en batir el récord de Mark Spitz.

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