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En la noche de este domingo, entre las nueve y las diez, el diestro Curro Romero tomaba la decisión de abandonar los ruedos; lo hacía en la soledad de su habitación, y por sorpresa se lo comunicaba a Radio Nacional de España. Curro ha sobrevivido gracias, entre otras cosas, a su ojo clínico. Cuentan que un día le dijo a un compañero lo siguiente: "Ese toro te ha mirado mal, y si vuelves a acercarte te matará". El torero en cuestión se limitó a abandonar la plaza ante la abrumadora pitada de los aficionados.

El otro día, en el Auburn Hills, le sucedió lo mismo al púgil polaco Andrew Golota. Enfrente tenía a un toro bravo, loco, Mike Tyson, que iba si no a matarle, sí a destrozarle. Por eso abandonó en el tercer asalto, e incluso no dejó que le pusieran el protector bucal en la esquina del ring. Decidió marcharse tras haber ingresado una bolsa de quinientos millones de pesetas. Probablemente, su ojo clínico salvó a Golota, aunque el gigantón hizo el más absoluto de los ridículos.

Presenciando el combate se encontraba el gran Muhammad Ali, probablemente el mejor deportista del siglo XX. Su hija Laila disputaba uno de los combates previos de la velada. Ali (antes Clay) utilizó su ojo clínico para otras cosas cuando se subía a un ring; por ejemplo en aquel combate mítico contra George Foreman, narrado ejemplarmente por Norman Mailer, en el que ganó tanto con los guantes como con el poder de la mente. "Ali, mátale", clamaba la gente, y sin embargo él le noqueó con elegancia, con distinción; le pudo barrer, pero fue misericordioso.

Por eso Ali ha pasado a la historia, y Golota no lo hará nunca; pero el miedo es libre. Siguiendo con Curro, al preguntarle cómo lograba torear con tanto arte, respondió: "Trato de olvidar la tragedia que puede suceder". Golota no logró olvidar la tragedia. Será un boxeador fracasado, pero al menos vivirá con sus quinientos millones.

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