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El boxeo surgió en los Estados Unidos como una prolongación de la esclavitud, circunstancia esta que llevó a muchos abolicionistas a oponerse duramente a su práctica. Es cierto que en las granjas y algodonales los grandes terratenientes disfrutaban cruzando apuestas a favor de uno u otro esclavo, como si aquellos hombres fueran gallos de pelea o perros que debieran dar la última dentellada para sobrevivir un día más. La importancia de la figura de Muhammad Ali no viene dada sólo por su innegable aptitud para el pugilismo sino por su rebeldía ante el establishment blanco. En 1970, Ali dio su opinión al respecto: “Se te quedan mirando y te dicen: buena pelea, chico. Eres un buen chico. Muy bien. Los boxeadores no son más que brutos que vienen a entretener a los blancos ricos (...) y actuar como monitos para el público. En lo alto del ring no somos más que esclavos”.

El primer campeón norteamericano fue Tom Molineaux, un esclavo nacido en Virginia, aunque el precursor claro de lo que luego supondría la figura de Muhammad Ali fue Jack Johnson. En “Rey del Mundo”, David Remnick cuenta que Jim Jeffries, el campeón encargado de demostrarle a Johnson la superioridad de la raza blanca, contó con el apoyo decidido de toda la prensa. Y en concreto de un corresponsal de The New York Herald llamado Jack London (sí, ese mismo) que llegó a escribir cosas como estas: “Jeff tiene que salir de sus campos de alfalfa y borrar esa sonrisa de la cara de Johnson”.

El 4 de julio de 1910, mientras la orquesta tocaba “All Coons Look Alike to Me” (todos los mapaches me parecen iguales), Johnson subió al ring y destrozó a Jeffries tanto física como moralmente, riéndose de él y de sus cuidadores. Aquello originó la mayor ola de disturbios raciales hasta el asesinato de Martín Luther Kin en 1968. ¿Por qué Ali quería parecerse a Johnson? Muy sencillo. El gran campeón desafió al poder establecido, “tuvo relaciones con jóvenes blancas. Cuando sabía que iba a haber periodistas en su sesión de entrenamiento, se envolvía el pene en gasa y exhibía toda su grandeza en un calzón muy ceñido. Poseía automóviles absurdamente caros y bebía con pajita los vinos de las mejores cosechas. Leía mucho y tocaba la viola”.

Jack Johnson pagó muy cara su “osadía”. Años después a Joe Louis le impusieron algunas normas entre las que se encontraban no permitir jamás que lo fotografiaran con una mujer blanca al lado o no ir nunca solo a los clubes nocturnos. Louis se convirtió entonces en el “buen negrito” a la espera de la llegada del ciclón Ali, el heredero del mítico Jack Johnson.

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