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Juan Manuel Rodríguez

El silencio del patinador Apolo

Desde que somos pequeños nos enseñan el sentido de la justicia. Por ejemplo: "tienes que estudiar para convertirte en un hombre de provecho". Eso quiere decir que si hincas los codos tendrás tu recompensa, pero muchas veces no sucede así. La frustración entre lo que te enseñaron y el fruto obtenido provoca, a la postre, un estado de ansiedad insoportable. "Yo fui bueno, me porté bien, estudié mucho y me comí sin rechistar todo lo que me pusieron en el plato. Entonces ¿por qué yo soy un desgraciado, y aquel golfo conduce un cochazo de diez millones y vive en La Moraleja?". Ese sentido básico de la justicia está reflejado también en la mayor parte de textos religiosos. El libro del Deuteronomio explica que la persona piadosa prosperará, mientras que los malvados serán "como la paja que se lleva el viento".

Ahora pienso en el estadounidense Apolo Anton Ohno, que perdió la medalla de oro olímpica en la final de los 1.000 metros masculinos de patinaje de velocidad en pista corta. ¿Era justo que ganara Apolo? Era, cuando menos, previsible, ya que el Comité Olímpico de su país contaba con ese primer puesto. Y sin embargo el chino Li Jiaujin le rozó en plena carrera, arrastrándole en su caída e implicando en la melé, de paso, al canadiense Mathieu Turcotte. El "podio razonable" habría sido el compuesto por Anton Ohno, Li Jiaujin y Turcotte, oro, plata y bronce respectivamente. Ohno había sido honrado, había trabajado durante mucho tiempo y era el más veloz. Pero de su desgracia se aprovechó Steven Bradbury, el primer campeón australiano en toda la historia de los Juegos de invierno.

En la antigua Grecia se consolaban con el hecho de que la diosa Fortuna era impredecible. No existía esa relación "bondad-premio; maldad-castigo". Había ocasiones en las que Fortuna se llevaba por delante al primero que veía. Aquello le habría sido útil al bueno de Apolo, que ahora, sin embargo, estará pensando (en función de la educación que haya recibido) "¿qué hice yo para merecer esto?". Nada, amigo Ohno, no hiciste nada para merecerlo.

El efecto multiplicador de los medios —supongo que habrán visto la escenita mil veces a través de Televisión Española, Antena 3, Telecinco o Canal Plus— hará que el patinador americano esté atravesando por un auténtico infierno. Habrá visto también a Bradbury, con su sonrisa de oreja a oreja, diciendo eso de "ya sé que no es justo, pero no pienso devolver mi medalla". Chincha rabiña, añado yo por mi cuenta y riesgo. Sólo espero que no le haya llegado a Apolo la traducción al inglés de El silencio del patinador. El cuento es muy bueno, pero desmoralizante. Y no creo que sea éste el mejor momento para su lectura.

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