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A Fernando Torres le han colocado ya —así, de memoria— en el Milán, el Inter, la Juventus y, por supuesto, en el Real Madrid. Ahora dicen que también le quieren en el Barcelona, y por mucho que Torres niegue con la cabeza, no parece que los aficionados del Atleti las tengan todas consigo a la hora de afirmar que vaya a acabar su carrera deportiva jugando (como local) en el estadio Vicente Calderón. Sabedor del tremendo complejo de “pupas” que existe en su actual equipo, Fernando me dijo allá por el mes de septiembre que el Real Madrid “sería el último equipo al que iría”. Torres sabe (o “le saben”, que para el caso viene a ser lo mismo) que no negar con la necesaria contundencia un posible trasvase Calderón-Bernabéu puede ser considerado por los Gil como un acto de alta traición. Y, pese a todo ello, si le preguntas a un “colchonero” acerca de si el chaval seguirá en el Atleti, te dirá que no: “Ese seguro que acaba en el Madrid”.

Torres no es únicamente un proyecto de magnífico futbolista —reconocido, incluso, por Luis Aragonés, poco dado a ese tipo de flirteos— sino también una imagen publicitaria que explotar en el futuro. Y el chaval, al contrario de lo que está pasando con el bético Joaquín, está sabiendo manejar con mucha inteligencia sus “tiempos”, el futbolístico y el periodístico. Puede que haya algún ingenuo que piense que un día llegará a la sala de prensa y dirá “sí, lo mío con el Milán está hecho”. Nada de nada. Torres no saldrá de ese “el Atleti no quiere vender y yo me quiero quedar” que ha repetido mil veces desde que el equipo volvió a Primera División.

Fernando Torres es una “bomba”, aunque a mí siga sin parecerme Van Basten ni por el forro. Pero es rápido, inteligente y ha demostrado que puede echarse el equipo encima cuando éste lo requiere. No me atrevería nunca a decir que dará el “salto” tarde o temprano, porque el Atlético de Madrid es un “grande” de España, pero si un futbolista profesional quiere salir de un club tiene cien formas distintas de complicarle las cosas a su directiva. Incluso a Gil, curtido ya en mil batallas.

El chaval sigue diciendo que “no”, pero todo el mundo intuye que él piensa que “sí”. Lo único cierto por ahora es que su nombre se ha convertido, por sí solo, en la cortina de humo ideal tras la que esconder los propios errores. Intuyendo la que se le viene encima, Joan Gaspart —y si no él, alguien de su entorno más cercano— pronunció “Fernando Torres”. Lo justo para que el socio se olvidara, aunque fuera sólo por un minuto, de que el equipo se juega la vida en Vallecas contra el Rayo.

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