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Juan Manuel Rodríguez

¿Es Wimbledon?... ¡Que se ponga!

Esta última final masculina del torneo londinense de Wimbledon -una serie de raquetazos encadenados por el australiano Hewitt con el único objetivo de zaherir, con el consentimiento de los organizadores, el orgullo de un pobre argentino con apellido eslovaco que pasaba por allí- será recordada por el desnudo integral de Mark Roberts, practicante del dudoso arte denominado "striking" y que en España conocemos popularmente como "ponerse en pelotas". Las porretas del tal Roberts adquieren un tinte profesional si tenemos en cuenta que ya ha enseñado sus menudencias en una final de la Champions League, un Open Británico de golf y al menos otra final de dobles de Wimbledon, la que allá por el año 2000 protagonizaran Anna Kournikova y Natasha Zvereva, por un lado, y Amy Frazier y Katie Schlukabir por el otro. En 1996 fue una bella señorita la que decidió agradarnos la vista en aquella otra insípida final entre Richard Krajicek y Malivai Washington, que probablemente acabara ganando el primero porque el holandés, con todos mis respetos, es una auténtica "mula parda" de esas de "saque y volea, saque y volea, saque y volea".

Sin Pete Sampras en Wimbledon, el torneo ya no tenía sentido para mí. Cuando dentro de veinticinco años (espero estar todavía aquí, y que ustedes me sigan leyendo en Libertad Digital) me pregunten por la final de 2002, probablemente responda con un escueto: "¿aquélla en la que un tío saltó a la pista desnudo?". Ya no quedan tenistas como Sampras. O como Borg y McEnroe, protagonistas en 1980 de una final que me puso los pelos de punta, con interminables y tensísimos "tie breack". Ya no hay jugadores con la clase de Edberg o el poderío de Becker; sueco y alemán llegaron a la final de 1990, y si al tal Mark Roberts se le hubiera ocurrido en aquella sagrada ocasión saltar a la hierba, los propios espectadores le habrían sacado a raquetazos de la pista. Este domingo no, este domingo se reían, agitaban compulsivamente sus bracitos y sacaban fotografías porque el partido era un auténtico bodrio.

He llegado a pensar que los organizadores de Wimbledon tengan concertadas con Roberts sus salidas con el único objetivo de aliviar en la medida de lo posible a los sufridos aficionados. El domingo bailó "moon walker" de Michael Jackson, esquivó a los encargados de la ¿seguridad? y hasta la novia de Hewitt se lo pasó pipa. Tenis no hubo porque lo cierto es que ya van quedando pocos tenistas por esos mundos de Dios. Llegados a este melancólico punto ya sólo pido una cosa: que se alternen los sexos. En 2002, Roberts; en 2003, una señorita. Que no cunda el pánico entre los caballeros, me pongo inmediatamente al habla con el All Tennis England Club. Me van a oír.

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