Decías "escalador" e instintivamente asociabas esa palabra con otras como espectáculo, coraje o esfuerzo, pero nada más. Parecía como si los escaladores —al igual que los esprinters— fueran convidados de piedra, especialistas con los que hubiera que relacionarse con el único objeto de animar un poco el cotarro, aunque luego el Tour de Francia lo consiguieran otros ciclistas "más completos" y que supieran aguantar el tirón en las etapas de alta montaña. El "escalador" era entonces como uno de esos actores secundarios (buenos actores) cuya nariz demasiado grande o una incipiente calvicie impidieran convertirse en los galanes de la película. No me atrevería a decir que el escalador fuera una especie en extinción, pero la preparación física había igualado mucho las cosas. Así sucedió en el Tour de Francia de 1998. Aquel año el guión aprobado por todos era el siguiente: Jan Ullrich, mejor actor principal; Marco Pantani, mejor actor secundario. Pero el "pirata" dio al traste con todo aquello.
Pantani venía de ganar el Giro de Italia y en la salida del Tour (en Irlanda) se encargó de transmitir en todas y cada una de las entrevistas que concedió que llegaba agotado "física y psicológicamente". Su objetivo, decía, era ganar "una etapita" y volverse para casa, pero ¡quia!... Marco atacó en los Pirineos, sacándole unos segundos (insuficientes) al ciclista alemán. Pantani sabía que luego llegarían las cronos, y allí la diferencia entre ambos oscilaba siempre entre los tres y los cuatro minutos. Pantani, evidenciando una forma física excelente al contrario de lo que se había esforzado en publicar en Irlanda, volvió a atacar en los Alpes y ahí sí acabó con la resistencia del todopoderoso alemán, ganador del Tour antes de tiempo. Pantani había engañado a Ullrich con el truco del "pirata cojo con pata de palo". El mejor contrarrelojista del mundo había tenido que hincar la rodilla ante el mejor escalador.