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Juan Manuel Rodríguez

Esperando a Bjorn Borg

Viendo esta final tuve siempre la sensación de que Federer escondía sus mejores golpes en un almacén secreto. Aún así, no tuvo problemas para deshacerse del número dos mundial en tres sets

El suizo Roger Federer resta para ganar el segundo set de la final de Wimbledon, el torneo de tenis más prestigioso del mundo. Quien está a punto de sacar no es otro que el estadounidense Andy Roddick, considerado por todos los especialistas como el "bombardero" más cualificado del momento. Es francamente complicado romperle el servicio a Roddick, y además esa pelota podría valerle a Federer el segundo set. Con 2-0 a su favor en una final de esas características resulta impensable que nadie (tampoco Roddick) pueda remontarle el partido al mejor jugador del mundo. Federer se ha impuesto en el primer set con una facilidad pasmosa, casi hiriente. En el segundo la igualdad ha sido mucho mayor, de ahí que resulte lógico pensar que, en caso de victoria del suizo, Roddick acabe desplomándose física y psicológicamente sobre la pista.
 
La tensión puede cortarse con un cuchillo. Roddick logra meter su primer servicio y, como mandan los cánones del tenis sobre hierba, sube instintivamente a la red. Esa es la teoría. Saque y volea. Saque y volea. Por lo tanto, Roddick saca y galopa hacia la red tratando de sorprender con una volea a su rival. El servicio de Roddick es extraordinario, de hecho el marcador anuncia una velocidad de 122 millas por hora. Pero Federer es también un tenista impredecible. Ese servicio de Roddick le doblaría la muñeca a cualquiera, pero no a Federer. El suizo es capaz de "leer" con tanta anticipación ese saque que tiene tiempo suficiente para devolverle la pelota con un elegantísimo y definitivo revés cruzado, un revés que deja atónitos a los espectadores y al propio jugador americano. "Sólo me queda golpearle", diría al final del partido.
 
Esa jugada resume a las mil maravillas la situación actual del tenis mundial. Bjorn Borg tenía que vérselas con "Jimbo" Connors y John McEnroe; Boris Becker tuvo la oposición de Stefan Edberg e Iván Lendl; incluso el mismísimo Pete Sampras tuvo enfrente jugadores de la categoría de Goran Ivanisevic, Andre Agassi o Jim Courier. Roger Federer, sin embargo, no tiene una oposición real. Viendo esta final tuve siempre la sensación de que Federer escondía sus mejores golpes en un almacén secreto. Aún así, no tuvo problemas para deshacerse del número dos mundial en tres sets (el primero de ellos humillante) y cien minutos. En caso de no sufrir una lesión de importancia en los próximos seis o siete años, Federer se convertirá sin duda en el tenista que másGrand Slamshaya ganado en toda la historia. En lo que a Wimbledon respecta acaba de igualar a Fred Perry, John Newcombe, John Mc Enroe y Boris Becker. Y tiene veintitrés años. Su problema en tierra batida se llama Rafael Nadal, pero si Roddick y Hewitt no aprenden más rápido, Roger Federer se hartará de ganar torneos en superficie rápida. Y, si juega tan relajado como lo hizo el domingo, tendremos siempre la sensación de que se guarda algo a la espera de que surja otro Bjorn Borg.

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