El suizo Roger Federer resta para ganar el segundo set de la final de Wimbledon, el torneo de tenis más prestigioso del mundo. Quien está a punto de sacar no es otro que el estadounidense Andy Roddick, considerado por todos los especialistas como el "bombardero" más cualificado del momento. Es francamente complicado romperle el servicio a Roddick, y además esa pelota podría valerle a Federer el segundo set. Con 2-0 a su favor en una final de esas características resulta impensable que nadie (tampoco Roddick) pueda remontarle el partido al mejor jugador del mundo. Federer se ha impuesto en el primer set con una facilidad pasmosa, casi hiriente. En el segundo la igualdad ha sido mucho mayor, de ahí que resulte lógico pensar que, en caso de victoria del suizo, Roddick acabe desplomándose física y psicológicamente sobre la pista.
La tensión puede cortarse con un cuchillo. Roddick logra meter su primer servicio y, como mandan los cánones del tenis sobre hierba, sube instintivamente a la red. Esa es la teoría. Saque y volea. Saque y volea. Por lo tanto, Roddick saca y galopa hacia la red tratando de sorprender con una volea a su rival. El servicio de Roddick es extraordinario, de hecho el marcador anuncia una velocidad de 122 millas por hora. Pero Federer es también un tenista impredecible. Ese servicio de Roddick le doblaría la muñeca a cualquiera, pero no a Federer. El suizo es capaz de "leer" con tanta anticipación ese saque que tiene tiempo suficiente para devolverle la pelota con un elegantísimo y definitivo revés cruzado, un revés que deja atónitos a los espectadores y al propio jugador americano. "Sólo me queda golpearle", diría al final del partido.