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Al apóstol de la zona le retira el corazón. El italiano Arrigo Sacchi contribuyó de forma decisiva a la grandeza del Milán (al cincuenta por ciento con los Van Basten, Gullit, Baressi y compañía), y tras un accidentado paso por la selección de su país acabó recalando en el Atlético de Madrid. Ahora, dos años después de aquello, Sacchi -que llevaba veinte días dirigiendo al Parma- explica que advirtió los mismos síntomas que ya notara sentado en el banquillo del estadio Vicente Calderón. Yo no soy médico, pero si un hipertenso debe huir de la sal como del demonio, para un hombre con el corazón delicado no debe haber peor cosa que entrenar al equipo rojiblanco. Ahora el hombre que vigila su salud (naturalmente con la correspondiente receta) le ha aconsejado que tire la toalla. El estrés acabó por pasarle factura.

En su día Arrigo se convirtió en una unidad de medida del buen fútbol; y los periodistas oteábamos el horizonte buscando con ahínco a su heredero. En España se produjo el caso flagrante de Benito Floro, bautizado por algún incauto como el "Sacchi español"; aquello fue suficiente para que Ramón Mendoza le fichase para el Madrid, club por el que pasó sin pena ni gloria. El asturiano anda ahora refugiado por México o Japón, en una "Liga de chicle". Pero Sacchi sólo habrá uno, como únicamente habrá un Johan Cruyff. Aquel Milán será recordado siempre por el fútbol electrizante que practicó, y por las palizas que le dio al Real Madrid.

El "divino calvo" ha sabido detectar a tiempo la señal de alarma. Vuelve a ser un privilegiado. Y es que poco a poco el trabajo de entrenador de alto nivel se va asemejando al de los controladores aéreos o los agentes de bolsa: unos tienen muchas vidas en sus manos, y los otros demasiado dinero. En el caso de los técnicos de fútbol, su trabajo afecta a un montón de personas y una decisión suya puede resultar ruinosa para el Consejo de Administración. La mayoría de entrenadores, conscientes de la presión que se les viene encima, no son actores pasivos durante un partido sino que lo juegan con sus futbolistas desde la banda. Es la frustración que produce en ellos una jugada mal desarrollada la que acaba por afectarles la salud. En realidad el trabajo de un técnico debería ser de lunes a sábado, descansando el domingo. Es al contrario. En noventa minutos se condensa su labor, la única que verán los doscientos mil ojos que presencian el partido.

Por eso Arrigo Sacchi se marcha. Por eso y porque ya no necesita más de lo que tiene. Tuve el privilegio de entrevistarle mientras estuvo en nuestro país. Podría parecer, como Del Bosque, un hombre tranquilo. En absoluto; gesticulaba, se levantaba, abría los brazos, defendía con pasión a sus jugadores, explicaba sus movimientos... Todo razonado. Casi científico. Es por ese "casi" por lo que el "mister" dice adiós. Porque no existen tubos de ensayo para el fútbol, y porque lo único matemático es que cuando pierdes un partido te ponen sin misericordia de patitas en la calle.

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