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Los masajistas ven con las manos, acuestan al "esforzado de la ruta" en la camilla y descifran cada uno de sus músculos, recolocan el mapa de sus huesos con uno de esos sistemas de lectura rápida porque al día siguiente, ¡hale hop!, hay que domar de nuevo a la bicicleta. Y otra vez doscientos kilómetros. Y otra vez la contrarreloj o el Tourmalet. Estoy empezando a calibrar seriamente la posibilidad de que, además de todo ello, los masajistas lean más allá del ligamento, el gemelo y el dorsal y sean paraninfos modernos, sortílegos a los que los periodistas debamos consultar antes de la disputa de cada etapa. Ahí van dos ejemplos para ilustrar el caso que nos ocupa.

Juan Carlos Díaz, hasta hace bien poco masajista del equipo Lampre, le dijo a Gilberto Simoni que ganaría el Giro de Italia. Recorrió sus piernas con las manos, releyó sus ojos y lo vio claro. Dicho y hecho porque, aunque parezca mentira, Simoni se llevó a su casa la "maglia" rosa del Giro italiano. Pero hay más. Javier Fernández, conocido como "el rubio", presagió tras la obtención de su primera medalla de oro en el Mundial de Verona que Óscar Freire subiría "al menos en cinco ocasiones más al podio" y que "lograría más medallas de oro". Tenía razón, bendito sea.

Freire, cuya máxima proeza hasta 1998 había sido la conquista de una solitaria etapa en la Vuelta de Castilla y León, se ha convertido desde entonces en un referente obligatorio a la hora de analizar un Mundial de ciclismo en ruta. En Plouay tuvo que conformarse con la medalla de bronce tras enredarse con Bartoli, pero en Lisboa ha dejado de nuevo al alemán Jan Ullrich con un palmo de narices constatando que es el mejor especialista del mundo. "El rubio" supo leer entre calambres y luxaciones.

Probablemente no valoremos en su justa medida hasta dentro de un tiempo lo que Óscar Freire acaba de conseguir en Portugal. Este chaval sigue la estela de los más grandes de la historia (me estoy acordando, a vuela pluma, de Felice Gimondi, Gianni Bugno, Freddy Maertens o Eddy Merckx). La selección estuvo magnífica, metiéndose en cada una de las escapadas. Y al final llegó Óscar para rematar la faena. Un diez para todos ellos, y para Francisco Antequera –seleccionador nacional– que, en la madrugada del domingo, soñó despierto en "El Tirachinas" de la COPE con la medalla de oro. Ahora ya puede hacerlo a pierna suelta.

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