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Para ilustrar el cuento Pa' tío, uno de los once retratos de deportistas atípicos que componen el retablo literario Un helado para la gloria, (Maeva Ediciones, 2004) el escritor italiano Ugo Riccarelli nos recuerda una frase de Pier Paolo Pasolini, un apasionado del fútbol e hincha del Bolonia: "El balompié es un sistema de signos, es decir, un lenguaje. Este tiene todas las características del lenguaje por excelencia (...), es decir, el lenguaje escrito-hablado (...). Los cifradores de este lenguaje son los jugadores; nosotros, en las gradas, somos los descifradores: en común tenemos, por tanto, un código. Quien no conoce el código del fútbol no comprende el "significado" de sus palabras (los pases) ni el sentido de su discurso (el conjunto de pases)". Pasolini sólo se olvidaba, quizás porque entonces su figura no había cobrado todavía la relevancia de ahora, del "descifrador profesional", o sea, del entrenador de fútbol. Otro italiano, Marcelo Lippi, precisamente uno de esos "descifradores profesionales" a los que hacía referencia, ponía un ejemplo mucho más lírico: "el fútbol es como una inmensa pecera en la que tienes que ir situando correctamente a cada pez en función de su color".
 
El problema, siguiendo con el ejemplo lingüístico que ponía Pasolini, le llega al entrenador (el único "descifrador profesional", puesto que los de la grada son todos amateurs) cuando se obsesiona tanto con el perfeccionamiento del código que acaba creyéndose un alquimista del fútbol.
 
Marcelo Bielsa se encerró en un cuarto oscuro con miles de revistas y vídeos en pos de la panacea universal, y aquello le sirvió de bien poco en el Mundial de 2002 donde Argentina cayó a las primeras de cambio. Lo mismo le está sucediendo ahora a Carlos Salvador Bilardo, un hombre de indudable éxito deportivo, que se ha tomado como una cuestión estrictamente personal la salvación de Estudiantes de La Plata, lo que le ha llevado a recluirse cual anacoreta en su ciudad deportiva, quién sabe si buscando transmutar los metales en oro. Dicen que en Argentina ya le llaman "loco".
 
En España ha sorprendido la reciente dimisión de Benito Floro como entrenador del Villarreal. A este entrenador siempre le ha gustado ser, aunque él se niegue a reconocerlo, el auténtico centro de atención, pero esta vez admito que nos ha pillado a todos con el paso cambiado. Floro se marcha cuando el Villarreal está clasificado en octava posición de la Liga y a un sólo punto de conseguir entrar en la Copa de la UEFA de la próxima temporada. Benito, quien hace años llegó a Madrid cargado con su cámara de vídeo y del bracero de su "psicólogo del limón", habla ahora de "falta de implicación de la plantilla". Sigue, por tanto, el asturiano sin descifrar el código del fútbol, ese que mantiene encerrado ahora a Bilardo y que casi acabó en su día con la paciencia de Bielsa.

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