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Jesús Gil llegó al Atlético de Madrid en un momento de debilidad del club. Fichó a Pablo Futre y fletó un tren para que los socios pudieran ver gratis la final de la Copa del Rey. Estaba en la lanzadera puesto que la oposición se encontraba desunida, y ciertamente no ofrecía nada mejor. La amarga experiencia de la presidencia del forense Alfonso Cabeza echó a los aficionados en los brazos del nuevo salvador, del mecenas.

Pero el fútbol tiene también sus ciclos, e inevitablemente el de los Gil ha tocado a su fin. La gestión del actual presidente ha tenido luces y sombras (las luces del "doblete", probablemente el momento deportivo más dulce del equipo en toda su historia; las sombras del descenso y de la intervención judicial), pero sí es cierto que en un momento determinado Jesús Gil recuperó para el Atleti su lugar bajo el sol, robándole algo de terreno al Real Madrid (todo sería imposible) y devolviendo el orgullo a una afición infatigable. Hubo un instante en el que ser atlético era ser "gilista"; tan unidos estaban ambos. No ha existido un "vendedor" más cualificado del club rojiblanco que su propio presidente, pero al final supongo que habrá llegado a la misma conclusión que el resto de los mortales: se acabó lo que se daba.

La primera vez que tuve ocasión de entrevistar a Gil personalmente supuso para mí un "shock". Aquel hombre enorme, que no paraba de saludar a la gente, rodeado por una corte faraónica y que tenía sobre su mesa del Club Financiero Inmobiliario decenas y decenas de rotuladores de todos los colores. Mi redactor-jefe en "El Independiente" me había pedido una entrevista con él, y yo pretendía hablar de fútbol. "¿Cuántos años tienes?... ¿Sabes lo que es el comunismo?" Los ojos se me quedaron como platos. Aquel no era un directivo al uso, lo que entendíamos como un presidente normal.

Al ver a Gil en Telemadrid supe que su etapa al frente del Atlético no podía alargarse más. Creo que Jesús debería marcharse sin excusas ("hay cosas que no merecen la pena", repite cansinamente). Hizo lo que creyó oportuno, pero el club está hoy peor deportivamente hablando que cuando él llegó hace trece años. Su marcha será lo mejor para él, y desde luego para su equipo. Cada vez quedan menos "gilistas", pero el estadio lo llenan todos los domingos cuarenta y cinco mil atléticos. Si es inteligente se irá sin perder tiempo en cuanto el equipo retorne a Primera División. Y después, será el momento de hacer balance.

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