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La corriente más intelectualoide del ajedrez critica con dureza el excesivo sentimentalismo de algunos de sus "grandes maestros". La jovencísima Zhu Chen, ganadora el pasado mes de diciembre del título mundial, abrió un curioso debate al proclamar a los cuatro vientos que el ajedrez era para ella "lo que la pintura para Gauguin". Dejó así peligrosamente al pie de los caballos a todos aquellos que pretenden convertir el ajedrez de élite en un club social para privilegiados, un grupo de clónicos con jersey Lacoste anudado a la cintura. La pretensión de la china Chen, como también parece ser el caso del ucraniano Ponomariov, el émulo de Karpov que acaba de romper las estadísticas al proclamarse campeón mundial con tan sólo dieciocho añitos, parece caminar afortunadamente por otra vertiente.

El ajedrez tiene que ver tanto con la pasión y la tenacidad como con la inteligencia. Lo mismo les sucede al fútbol, baloncesto, balonmano... El primero es exactamente igual un deporte de desgaste físico (y si alguien piensa lo contrario, que pruebe a sentarse en una silla durante cinco horas seguidas), y evidentemente de esfuerzo psíquico. También tiene que ver con la táctica, pero nada con academias para superdotados. Sin pasión no se puede fabricar un campeón. Y el ejemplo más claro de esto que digo es Sultan Khan, un "gran maestro" analfabeto que ha pasado por derecho a la historia del ajedrez.

Sultan Khan llegó a Inglaterra, procedente de su India natal, en el año 1929. Era "propiedad" (estamos hablando de una colonia británica) de un coronel del ejército que, sorprendido por su habilidad a la hora de jugar a la versión india del ajedrez, se lo llevó de vuelta a su país. Khan era analfabeto, luego no podía saber casi nada acerca de las diferentes teorías de aperturas, y a pesar de todo ello ganó en tres ocasiones el campeonato británico. Y no sólo eso, sino que hizo tablas con Alekhine, y derrotó a Capablanca o Rubinstein, las figuras de aquellos tiempos. Tan rápido como llegó, Sultan Khan desapareció y nunca más, al menos de forma oficial y pública, volvió a dar muestras de su arte.

Zhu Chen tiene razón: el ajedrez es lo que la pintura a Gauguin. Pasión e intuición. Dicen que Sultan Khan era incapaz de anotar sus propias partidas, necesitando una persona que lo hiciera por él. Pero aquel hombre pequeño, flaco y de piel oscura, con una insana tendencia a estar siempre acatarrado, se transformaba en un león ante el tablero. Comprendía ("facultad de entender y penetrar las cosas") rápidamente todas las posiciones y, sobre todo, tenía una enorme paciencia. Murió en 1966 sin que se le volviera a conocer partida alguna. Aún hoy continúan especulando sobre dónde habría llegado en circunstancias más favorables.

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