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Juan Manuel Rodríguez

Juego, set, partido y boda

Lo que cualquier hombre en su sano juicio consideraría el premio gordo de la lotería del amor —contraer matrimonio con la despampanante Brooke Shields, aquella niña del “Lago Azul” — se convirtió en una maldición para el tenista estadounidense André Agassi. Llegué a pensar en la santería, la magia negra, una maldición de la guija o el espíritu de aquel profesor que un día le dijo al bueno de André que se dedicara a otra cosa, que lo suyo no era el tenis. Los más viperinos comentaron igualmente que el desgaste al que la señora Agassi sometía a su marido por las noches era tal que cuando llegaba a la pista no podía ni con la raqueta. El caso es que cuanto más bella y radiante aparecía Brooke, más torpe estaba André; cuanto más sonreía y aplaudía su mujer, feliz y ausente en el palco VIP, menos explosivo era el tenis del americano.

No es para tomárselo a broma. La irrupción de Agassi en el circuito tenístico fue muy similar a la que protagonizaron en su día el sueco Bjorn Borg o el también estadounidense John Mc Enroe. Aquel chaval era un bombardero, una máquina de infringir sufrimiento al rival. Llegó al número uno en el ranking de la ATP y desde ahí, en un lento pero inexorable goteo, fue cayendo, cayendo y cayendo hasta llegar al puesto 41°. André Agassi era un tenista perdido, sin sitio en la pista lento y gordo; Brooke Shields, sin embargo, continuaba siendo la mujer más bonita del mundo. Desde luego que allí había algo que no carburaba.

La pareja decidió concluir su vida en común y Agassi inició una nueva relación con la tenista alemana Steffi Graf. Ya no contaba para casi nadie y pese a todo fue subiendo, subiendo y subiendo hasta alcanzar de nuevo el primer puesto en el ranking de la ATP. Desde 1999, André ha ganado en Roland Garros, el US Open y el Open de Australia, alcanzando además la final de Wimbledon. La noticia de la boda entre Steffi y Agassi no debe, por tanto, sorprender a nadie. Parece que la campeonísima alemana ha sabido atajar la mala racha.

Hace mucho tiempo José Higueras, entrenador por aquel entonces del impenetrable Jim Courier, me dijo lo siguiente sobre su alumno: “Si yo le digo que mejorará su drive lanzándose desde un sexto piso lo hará sin titubear”. No tengo la menor duda de que acabó el amor entre Brooke y André y que nació uno nuevo con Steffi. Pero además de todo: ¿es cierto o no es cierto que ha mejorado su tenis? Pues entonces ¡vivan los novios!

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