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Juan Manuel Rodríguez

La importancia de llamarse Oscar

Debe ser muy importante llamarse Oscar. Más aún si al nombre le añades una primera contraseña con sabor a enemigo de Rip Kirby –Schmidt–, y lo redondeas con otra vitola con tintes ganaderos –Becerra–. Si en baloncesto hablas simplemente de Oscar, todo el mundo sabrá que te refieres a Schmidt Becerra. Entonces los entrenadores rivales se pasarán la noche entera rompiéndose los cascos, remirados y cabizbajos, sin pegar ojo meditando cómo disecarle con una defensa original. En ese momento los espectadores sabrán que pagan por presenciar una auténtica kermesse deportiva, un verdadero festín. Será entonces cuando incluso los árbitros prevean la existencia del típico algarrobo diseñado sólo para frenarle; el mismo Robocop de todos los años, aunque con camisetas de diferentes colores. Aunque ambas cosas serán imposibles; a saber: ni los árbitros conseguirán que el barbarote no le suelte un leñazo de promedio por minuto; ni el bruto en cuestión logrará tampoco que acabe "enchufándola".

Ahora este astuto brasileño ha superado la barrera del sonido en el basket: 45.074 puntos anotados a lo largo de una emotiva y extensísima carrera profesional. Tiene 42 años, es un mito en Brasil y sigue jugando en el Flamengo. Porque para Oscar Schmidt Becerra el baloncesto es la vida.

Recuerdo un montón de magníficas "metralletas humanas", supervivientes de aquello tan denigrante que dio en llamarse "karate-press", lo que el "catenaccio" al fútbol. Ninguno como Oscar. Pienso en Walter, un americano que hizo historia en el Real Madrid: era muy bueno, pero no como él. O Antonello Riva, una máquina. O el propio Dalipagic, Epi, Brian Jackson... Pero Oscar siempre fue distinto. Ahora se ha convertido en el segundo máximo anotador de la historia, pero batirá el récord de Kareem Abdul-Jabbar salvo que el "ex" de los Lakers regrese a las canchas para defender su suerte. No lo hará.

Pero la importancia de llamarse Oscar no radica sólo en esa insultante facilidad para recibir el balón, levantarse y anotar en un movimiento mecánico y veloz. Oscar recibió en Italia el Premio Mandela por su lucha contra el racismo, un "triple" del que se encuentra especialmente satisfecho. El verdadero triunfo de este caballero del deporte no es la maratón que mantiene con Kareem, sino sus 204 centímetros de humanidad. Desde allí seguirá viendo las cosas de otro modo. Por lo menos hasta que le toque ser defendido por su hijo Felipe. Ese sí será un bonito duelo.

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