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"Y bueno, ¿qué hice yo para merecer esto?". Eso es lo que se pregunta el "Virrey" cuando cavila por las oficinas de Boca Juniors. ¿Qué hizo él? No parece que Carlos Bianchi vaya a salir por la puerta grande del club al que acaba de convertir en campeón del Torneo Apertura, Copa Libertadores y Copa Intercontinental. Y eso a pesar de que el entrenador sigue contando con el apoyo incondicional de su hinchada. Además, realmente Bianchi no hizo nada, ni tiene ninguna culpa. El debate en Argentina se ha recrudecido porque el mejor equipo del mundo ocupa ahora el farolillo rojo del Torneo Clausura, y porque todo hace indicar que Bianchi (como, probablemente, Riquelme) apuran sus últimos días en el fútbol de su país.

Ni siquiera los más grandes pueden dormir tranquilos. El sábado Boca caía ante Almagro –un club en situación de descenso– por 1-0. Pero es que (sin que se ofendan conmigo en Argentina) el fútbol de aquel país es tercermundista. Me explico: para sobrevivir se ve obligado a vender al Viejo Continente, el "primer mundo futbolístico". El milagro de Boca Juniors ha sido el de resistir durante toda una temporada la voracidad de los grandes clubes españoles, italianos e ingleses. La quimera de este equipo ha sido soportar estoicamente las acometidas europeas. Bianchi era plenamente consciente que en cuanto le cortaran el grifo de Palermo, Schelotto, Fagiani o Basualdo se acabaría la gasolina.

El ejemplo de Boca es muy gráfico para explicar que los grandes equipos los hacen los grandes futbolistas. La misión del entrenador es la de entrometerse lo menos posible, molestar muy poco. El "Virrey" ha hecho sencillo lo que a otros les resulta harto complicado. Boca Juniors está ahora en el epicentro del debate porque su caída ha sido espectacular. Sabedor de ello, Bianchi ya ha ofrecido su receta, paciencia (la única ciencia que pueden manejar los pobres) para consolidar un proyecto a largo plazo. Calma para combatir al dólar.

Como Dios escribe en ocasiones con renglones torcidos, el fútbol argentino sobrelleva la maldición de la pobreza gracias a otra bendición, sus pozos futbolísticos manan jugadores excepcionales por doquier. Boca Juniors, sin sus Riquelme, Palermo y compañía; o River Plate, sin Aimar o Saviola (cada día más cerca del Barcelona) seguirán siendo grandes gracias a ese niño de nombre aún desconocido que en este instante golpea un balón con su pie desnudo. Bianchi no sabe aún quién es, ni tampoco Mascardi; pero con quince años despuntará y Argentinos Juniors, "Ferro" o Almagro sabrán que han vuelto a descubrir la veta. Continuará así la quimera de quienes sólo pueden vender para subsistir.

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