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Si esto fuera el juego del Cluedo, yo apostaría a que fue el coronel Mustard en el estudio y con una pistola. Y si no supiera que es absolutamente imposible, tendría la incómoda sensación de que lo ocurrido con Oliver Kahn en Munich fue una inmensa confabulación con el único objeto de bajarle definitivamente los humos.
 
Parece que el jugador del Bayern sólo tenía un aliado en Alemania, y ese era el realizador de la televisión que impidió que viéramos cómo el "dragón" arrojaba con furia sus guantes contra el suelo. Creo que hubo mucha gente que se alegró por el gol que encajó Kahn; y, curiosamente, un porcentaje muy elevado de quienes festejaron el empate madridista fueron de su misma nacionalidad. Ahí está, por ejemplo, Lothar Matthaeus, quien se caracterizó a lo largo de su brillantísima trayectoria profesional por su comportamiento caballeroso dentro y fuera del terreno de juego, y que ha arremetido contra él con una crudeza inusitada. "No tendrá paz en el futuro", ha dicho, para, a continuación, preguntarse en voz alta lo siguiente: "¿Cuántos jugadores del Bayern fueron a consolarle en el campo?... Ninguno". Y es verdad.
 
Oliver Kahn sentiría así una doble e insoportable soledad; aquella que define al portero, incomprendido en muchas ocasiones y catalogado de "majareta" en otras tantas; y aquella del deportista que nota el aliento en el cogote, aquel que se siente permanentemente vigilado, acechado casi, escudriñado incluso por sus propios aficionados. Quizás con el único objeto de mantener inalterable esa fama de "ogro" orgulloso, arisco y prepotente, es por lo que Khan –en un triple salto mortal con tirabuzón y sin red que tendrá que demostrar dentro de quince días en el estadio Santiago Bernabéu– ha lanzado el siguiente órdago a la grande: "deberé ganar solo el partido de vuelta en Madrid". Solo de nuevo. Otra vez solo. Y aquí ni siquiera contará con la inestimable solidaridad del realizador televisivo.
 
A Oliver Kahn no le perdonan su "do de axila" porque el error garrafal lo cometió, para más inri, ante su rival por definición. El fallo llegó en el momento más inoportuno y cuando el Bayern había demostrado durante ochenta minutos que se puede incomodar al Real Madrid. Carlos Queiroz nada ahora mismo en la ola del éxito y es probable que dentro de tres meses no se le pueda toser, pero en el estadio Olímpico se comprobó que vive en la inopia futbolística. El mensaje del portugués se sustenta en las piernas de Beckham, la zancada de Ronaldo y la cabeza de Zidane. Y, si ello es posible, en los fallos más improbables de sus rivales cuando ya no existe el más mínimo poder de reacción.

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