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Por tercer día consecutivo me veo en la obligación de hablar acerca de la penosa situación por la que atraviesa el Atlético de Madrid. Sin un proyecto creíble, carente de un estilo organizativo en los despachos y remando a la contra desde que se conquistara el famoso doblete, hoy esa casa es una ruina y no da la impresión de que el actual director general contribuya a calmar los ánimos. Más bien al contrario. En un tobogán como el rojiblanco, Pablo Futre tendrá muchas ocasiones para posicionarse correctamente, y lo bien cierto es que su debut no ha podido ser más lamentable. Una de dos: o el portugués ha llegado con el único objetivo de mantener el puesto al precio que sea (convirtiéndose si ello fuera necesario en la dócil voz de su amo), o bien se encuentra tan alejado de la tierra como ahora mismo lo está el excéntrico millonario Dennis Tito, flotando feliz en su Estación Espacial Internacional.

Personalmente me inclino por la primera opción. Futre conoce a Gil como si le hubiera parido y sabe que no se le puede contrariar. Si además resulta que el dueño está mortalmente enemistado con el entrenador (parafraseando al “pichón”: ¿quién dijo que hay que hablar con el presidente para entrenar al equipo?), punto y final. Se acabó la discusión.

Regalando la dignidad por el precio de unas lentejas mal cocinadas es, justamente, como uno pierde el respeto de todo el mundo; incluso de aquel a quien piensas que estás halagando. Tras el bochornoso “affaire Marcos” (el entrenador tuvo que explicarse ante la prensa en el bar de copas de un amigo), Futre está inhabilitado para dirigir un proyecto a largo plazo, porque a corto debería caérsele la cara de vergüenza.

Mientras Pablo subsiste y Tito navega por las estrellas que acabará por comprar a los rusos, me quedo absorto presenciando al perrito de la compañía discográfica “EMI”, quieto y pacífico ante el gramófono, esperando a que venga su amo y le pase la mano por el lomo. Afirmaría que se llama “Tobi”. No menea la colita pero todo se andará. Tiempo al tiempo. Es un can fiel, educado. Nunca hace pipí fuera del tiesto y se duerme rapidito, en cuanto le sacan a la caseta. No sabe ladrar. El perro ideal para pasear ante los amigos. Domesticado. Hipnotizado. Orgulloso con su jersey de lana y su collar para noquear a las malas pulgas. La eterna música (del dinero), al fin y al cabo, que sigue amansando a las fieras.

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