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Este asunto de las memorias futbolísticas anda muy descompensado últimamente. Alfredo di Stéfano tardó 64 años en inspirar las suyas (Gracias, vieja, editorial Aguilar) a Enrique Ortego y Alfredo Relaño. Sin embargo, Raúl, el "hombre bala", batió otro récord, biográfico en este caso, al contar su brevísima vida al bueno de Luis Villarejo, un verdadero pedazo de pan. Hace cinco o seis años se produjo una auténtica fiebre alucinatoria de memorias intrascendentes, como si aquel que no tuviera al menos una en las estanterías no existiera o fuera un don nadie. Y a mí me recordó mucho aquella canción de Serrat (La aristocracia del barrio, creo que se llamaba) en la que decía aquello de "a ver quién la tiene más grande".

Ramón Mendoza publicó su librito (Dos pelotas y un balón) y Arsenio Iglesias, Emilio Butragueño y Javier Clemente, con o sin su consentimiento, protagonizaron otros tantos de diferente jaez. El fútbol pasó al más furibundo ataque editorial, como si de repente todo el mundo quisiera cantar la gallina. He de confesar que yo mismo llegué a estar implicado en otro amago de librito que habría tenido como protagonista a Lorenzo Sanz, pero de aquello nunca más se supo. Luego llegó Maradona y ahora ataca Roberto Baggio que en Una puerta en el cielo demuestra que no tenía sólo el regate fácil, sino también la lengua viperina.

Marcello Lippi es el mejor promotor del dietario en cuestión; estudia querellarse contra el futbolista que le acusa de querer convertirle en su chivato dentro del vestuario, una especie de "Mata-Hari" a la italiana. Baggio deja muy claro su enfrentamiento con Lippi a quien acusa de hacerle la guerra "sin parar un minuto, sin aducir motivaciones, sin que nada tuviese un sentido". No me extrañaría que fuera cierto porque, como también les sucederá a los profesores en sus clases (al chivato se le llamaba "Jaimito"), los entrenadores llegan a encontrarse incómodamente solos, rechazados y cuestionados hasta el infinito. Es el peso de la púrpura, supongo.

Del lanzamiento de jabalina hemos pasado al de memorias. Los jugadores han encontrado a través de la escritura el arma perfecta para aplacar su ira contenida. La del delantero la paga ahora, pasado el tiempo, su entrenador. Seguro que Marcello ya tendrá sobre su mesa tres o cuatro ofertas para responder al Yo, Baggio con un contundente Yo, Lippi. Porque las editoriales siguen siendo más rápidas que la justicia, ¿o no?

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