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Juan Manuel Rodríguez

Las puertitas del señor Gil

Hay un cómic altamente recomendable de Carlos Trillo y Horacio Altuna que se llama "Las puertitas del Sr. López", un gris oficinista, bajito, rechoncho y calvo, casado con un callo de señora y que escapa de su triste realidad a través de los cuartos de baño. Cuando la situación lo requiere, López llega a la altura del cartelito donde pone "caballeros", abre la puertita y se transforma de inmediato en un irresistible conquistador, un héroe de guerra o un temerario libre pensador, un bohemio revolucionario. López logra así sortear una vida profesional y sexual anodinas hasta gritar "basta".

En muchas ocasiones me he preguntado por qué puertitas se colará de rondón Jesús Gil, un personaje que sólo ha tenido profundas decepciones futbolísticas, de esas que hieren en lo más hondo (en las otras no me meto porque no me llaman) a lo largo y ancho de estos últimos catorce años. Yo creo que Gil vive su realidad, la suya propia, huyendo de la otra, la única que existe por otro lado. Y es que si nos ponemos a reflexionar, Gil sólo puede sentirse satisfecho de dos cosas en los últimos 24 meses: sus dos campañas publicitarias de captación de socios; en una se ve a Kiko –luego tuvieron que retirarle del cartel– con una leyenda: "un añito en el infierno"; en la otra, un niño le pregunta a su padre por qué son del Atleti y éste simplemente no sabe qué contestar.

Gil escapa de su cruda realidad a través de la puertita de la religión: "esto es como una religión, uno tiene que ser de este equipo para entenderlo" (en cualquier caso, una religión masoquista). Durante un tiempo huyó a través de la puertita de la "mano negra" y el complot mundial y ahora, por ejemplo, huye del "caso Alfonso" por la puertita del color: "no hemos fichado a Alfonso porque huele a blanco" (y sin embargo sólo ha dicho esto cuando, tras quince días de negociaciones con el Barcelona, no se ha llegado finalmente a un acuerdo).

El Gil deportivo (insisto en que el otro no me atañe) posee un toque de inocencia (¿o de locura?) que me llama la atención. Él mejor que nadie debería saber ya a estas alturas de la película que en el fútbol el único color que huele es el verde del dólar y que los jugadores no son blancos, amarillos ni rojos, ni mucho menos rojiblancos (siento despertarle así, de sopetón). Me parece perfecto que pretenda colarse por esa otra puertita aunque Luis Aragonés –principal valedor del fichaje del delantero madrileño– igual se la cierra de golpe en las narices.

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