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Éramos pocos y parió Uli Hoeness. El Valdano del Bayern acaba de poner en funcionamiento una medida revolucionaria que consiste en multar con cinco mil euros a aquellos de sus futbolistas que pronuncien el nombre del Real Madrid. Conociendo lo tacaños que son en general los jugadores de fútbol (habría para escribir todo un libro), no tengo la menor duda que ni uno sólo se saldrá de la senda marcada por el club bávaro. Esta "ley mordaza" tiene fecha de caducidad: 21 de febrero, tras la disputa del partido de la Bundesliga contra el Hamburgo. Entonces sí; entonces los futbolistas del Bayern de Munich podrán sepultarnos con su sapiencia sobre el Real Madrid. El objeto de tan revolucionaria medida es, según Hoeness, impedir que los jugadores pierdan la noción de lo que realmente les importa –la Liga– y, al mismo tiempo, acabar con el cruce de declaraciones que se producen siempre en vísperas de una eliminatoria como ésa. Pero, ¿a qué cruce se refiere, si últimamente sólo hablaban ellos?
 
Malos tiempos para la lírica. Al silencio impuesto sobre los futbolistas del Bayern, se sumó hace algunos días la multa de Iván Helguera, a quien, en pleno delirio nostálgico, se le ocurrió echar de menos a Makelele y Hierro ¡Ni más ni menos que a Hierro, que salió como salió, e incluso ahora ha denunciado al club! Valdano, que aunque también dice muchas tonterías pero las dice en rima y además es el que manda, puso inmediatamente en funcionamiento el Libro Blanco (o rojo) y le metió un buen bocado económico a Iván, que ahora (¡por Dios, quien le pondrá la pierna encima para que no levante cabeza!) sólo podrá comprarse un par de camisetas de la firma Custo. No comprendo bien a Valdano. Otorga a unos chavales la responsabilidad de cuadrar con sus goles sobre el campo un presupuesto de miles de millones y luego les impide hablar fuera de él, como si fueran incapaces de andar y mascar chicle al mismo tiempo.
 
Llevo mucho tiempo diciendo que el futuro del periodismo deportivo ("periodismo futbolístico", más bien) va más en la línea de la opinión pura y dura que de cualquier otra cosa. Los jugadores no hablan casi nada y cuando ven a un profesional de la información huyen despavoridos, como lo hace Jesulín de los chicos de Aquí hay tomate. Los jefes de prensa, que en buena lógica tendrían que estar ahí para facilitar el trabajo de los periodistas, no son tales sino más bien "guardaespaldas" de las estrellas. Son ellos quienes regulan el "tráfico informativo" y quienes deciden –eso sí, por riguroso orden alfabético– los futbolistas que atienden a la prensa. Y ahora, encima, los clubes empiezan a prohibirles decir algo, por muy poco que fuera. Éramos pocos...

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