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Juan Manuel Rodríguez

NBA desde el “sillón Voltaire”

En ocasiones me fijaba cómo Alfredo Bryce Echenique, el extraordinario escritor peruano, paseaba sólo, arriba y abajo, por la madrileña calle Manuel Silvela. Compraba el pan, llevaba la ropa a la tintorería... En más de una ocasión tuve la tentación de pararle y decirle que Un mundo para Julius me cambió la vida. Incluso sopesé la posibilidad de llevar siempre La exagerada vida de Martín Romaña en la guantera del coche para, en el preciso instante en que me lo topara de nuevo, pedirle que me lo autografiara: “para Juanma, con afecto”... Nunca lo hice, y ahora me arrepiento de ello porque creo que ha vuelto a vivir en Lima, o probablemente se encuentre en París. Siempre me llamó mucho la atención aquella soledad de Bryce. Solía —suelo— entrevistar a veinteañeros millonarios, asediados por quinceañeras alocadas... Sin embargo Echenique, capaz de recrear un mundo propio con la exclusiva herramienta de su imaginación, pasaba inadvertido en la gran ciudad. ¿Cómo era posible aquello? ¿Cómo es posible esto? Y una tercera cuestión —muy “echeniquiana”, por cierto— ¿estoy tirando piedras a mi propio tejado?

Ahora acaba de llegar a España nuestro Pau Gasol, primer “novato del año” europeo en toda la historia de la NBA. El espigado jugador de los Grizzlies ha dicho, entre otras muchas cosas, lo siguiente: “Allí los jugadores tienen un ego muy acentuado, se creen que son el ombligo del mundo”. Pau es, según creo y me ha demostrado, la antítesis de todo eso, aunque no está exento de que le inoculen el virus de la “egotitis”. No me atrevo a asegurar que sea una norma general de obligado cumplimiento, pero los deportistas más grandes suelen ser también los más sencillos. Esa fue precisamente la conclusión que saqué tras entrevistar a Pelé, Zico o Julio César Chávez. A las medianías las puede la fanfarria, la buena vida...

¿Qué haría Bryce Echenique en la NBA? Conociendo un poco su literatura, yo creo que no dejaría títere con cabeza. Lo observaría todo desde su “sillón Voltaire” y sacaría conclusiones, las suyas propias, las más maravillosas conclusiones que uno pueda imaginar. Porque Bryce es otro tipo de espectáculo, más intimista, mucho más irónico, más seductor. ¿Tendrá ego Echenique? No machaca aros, ni se tiñe el pelo de colores, y a la salida de la tintotería no le esperan quinceañeras despechugadas y gritonas. No provoca desmayos, ni tiene anillos dorados como pelotas de ping-pong, y en invierno no se pone sombreros de ala ancha ni lleva abrigos de visón hasta los pies. Don Alfredo, por no saber, no sabrá siquiera lo que es el “doble-doble”. ¡Qué grande Bryce Echenique! Más de lo que pueda serlo nunca Kobe Bryant.

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