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Si al odio africano que se profesan Real Madrid y Barcelona decidiéramos aplicarle la prueba del “Carbono 14”, el resultado nos ofrecería una fecha: 15 de septiembre de 1953. Ese día el Conde de Villafuente Bermeja, a la sazón presidente de la federación española de fútbol, decidía intervenir en la disputa que ambos clubes sostenían por hacerse con los servicios de Alfredo di Stéfano; ambos clubes se repartirían a la “saeta rubia”. La directiva culé dimitió en pleno y Santiago Bernabéu, mucho más pragmático que sus colegas catalanes, se quedó con el jugador que cambió radicalmente la historia del fútbol. Ese odio se redobló cuando, hace más o menos un año, Florentino Pérez aprovechó el desconcierto barcelonista para birlarle a su máximo rival la mayor de sus estrellas: Luis Figo. Por eso, los otoños de nuestra Liga tienen que ser todos calientes, y por eso Gabriel Masfurroll, la “sonrisa del régimen azulgrana”, ha dicho en la radio catalana (dónde si no) y en catalán (cómo si no) que los jugadores merengues son todos unos mercenarios.

Al Barcelona de Gaspart ha debido sentarle fatal convertirse en un mal remedo de aquel alocado Real Madrid que presidió Ramón Mendoza; si no, no se comprende. ¿Qué entendemos por “mercenario”? ¿Aquel profesional que acepta una oferta mejor? Mirado desde ese particular punto de vista, todos somos, en mayor o menor medida, unos mercenarios. Si alguien pensaba que Figo era barcelonista (lo mismo que ahora madridista) estaba cometiendo un error: Figo es “luisfiguista” que es, por otro lado, lo único sensato que puede ser el portugués.

Gabriel Masfurroll (un tipo simpatiquísimo aunque un desastre total y absoluto como directivo del Barcelona) habla de la “ilusión” que tienen ahora Rivaldo y Kluivert, de su motivación. Digo yo que dicha ilusión extra no tendrá nada que ver con la notable mejora de los contratos del brasileño y el holandés porque, como de todo el mundo es sabido, los futbolistas del Barcelona están predestinados desde pequeñitos para vestir la camiseta azulgrana, llegan a la ciudad condal sabiéndose de memoria la obra y milagros de Joan Gamper, cantan el himno con acento y, de ser ello necesario, votan a la Convergencia del honorable Jordi Pujol. ¡Menuda patochada!

Tal y como yo lo veo, Gaspart y Masfurroll tienen que valorar problemas muy distintos al grado de enemistad existente en el vestuario madridista. Se me ocurre, por ejemplo, el siguiente: ¿Cómo es posible que al santo y seña del barcelonismo, al Di Stéfano azulgrana que es Johan Cruyff, le ofrezcan ser embajador del club y se niegue en redondo? O este otro: ¿Los culés entenderán algún día lo que se hizo con Pep Guardiola?

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