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¿Qué es aquello que une indeleblemente a los alemanes Paul Breitner y Bernd Schuster, además de su facilidad innata para jugar al fútbol? ¿Y a estos dos con el argentino Fernando Redondo? Pertenecen a generaciones diferentes: Breitner reinó en los años 70, Schuster tuvo su eclosión en los 80 y Redondo en los 90, pero los tres están hermanados por un fortísimo carácter, una idiosincrasia que a veces les pasó factura y por la que tuvieron que pagar un alto precio. Curiosamente están también conectados por un “loock” especial que les convirtió en inimitables.

Breitner formó parte de la mejor selección alemana de todos los tiempos, aquella que conquistó la Eurocopa del 72 y el Mundial del 74. Durante la disputa de este último se produjo un duro enfrentamiento entre los futbolistas y los directivos por el reparto de los premios. En un equipo plagado de estrellas no fueron, sin embargo, Beckenbauer, Maier o Muller quienes dieron la cara, sino Paul Breitner, el primer futbolista alemán en dejarse bigote. Un día le llamó Helmut Schoen para decirle que tenía problemas con los “funcionarios” (Breitner nunca cayó demasiado bien) por aquella perilla suya. Serían memeces como aquella las que obligarían a Paul a marcharse de Alemania. Eso que ganó el Real Madrid, depositario español de su juego durante tres temporadas.

No hay que explicar por qué Schuster fue un futbolista irrepetible. Quien le viera moverse por el campo, desplazar el balón a cuarenta metros con la facilidad del niño que juega en el patio del colegio, sabrá que era un número uno indiscutible. Otro jugador con un carácter insufrible para los demás, introvertido y probablemente (digo sólo probablemente) eclipsado por su mujer, Gaby. Schuster fue rebelde en Alemania, renunció a su selección, se quedó sólo en el vestuario del Barcelona, tuvo que irse antes de tiempo del Real Madrid por negarse a viajar con el resto del equipo a una gira concertada previamente y acabó a tortas con Luis en el Atlético de Madrid. Berd también tenía, sigue teniendo ahora como entrenador del Jerez, una imagen peculiar, un peinado muy alemán, un bigotito que recuerda al del otro “maldito”, su compatriota Paul Breitner.

A Fernando Redondo había que echarle de comer aparte. Si no fue el jugador argentino más decisivo de los 90 se debió exclusivamente al celo que el mejor medio centro defensivo de los últimos diez años (sobre eso, como sobre todo, hay opiniones. La mía es sincera e inamovible) puso a la hora de proteger su intimidad. A Passarella no le gustaba su corte de pelo, y a Redondo no le gustó que a él no le gustara. Parece mentira, pero Fernando no fue al equipo nacional porque un señor (magnífico jugador y minúsculo seleccionador) quiso entrometerse en su vida privada.

Me llamó la atención que tres de los futbolistas con una personalidad más acentuada en las últimas tres décadas, estuvieran sujetos a un mismo patrón de comportamiento. Y por eso he escrito este artículo. Breitner, Schuster y Redondo. ¡Menudo centro del campo para jugar con el clásico 4-3-3! Ahora bien, no se les ocurra decirles cómo deben cortarse el pelo.

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