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¿No se han dado cuenta ustedes de que los deportistas se encuentran en la vanguardia de la moda? Todavía no les hacen la competencia a Giorgio Armani o Ralph Lauren, pero todo se andará. Los futbolistas, boxeadores, atletas o nadadores son modistos de las pequeñas cosas que luego tiende a imitar miméticamente todo el mundo. De ahí que su imagen tenga tanto valor, y que a su alrededor se generen endiabladas batallas legales para comprarla-venderla-utilizarla sin el más mínimo rubor.

En el Campeonato del Mundo de 1990 no sé a quién se le ocurrió dejarse perilla. Hacía años que nadie era lo suficientemente hortera como para llevarla y, sin embargo, aquello fue como un reguero de pólvora. Allá donde pusieras la vista te encontrabas a un individuo con su perilla. Puede que fuera cosa mía pero llegué a sentirme ciertamente incómodo así, recién afeitado, como un extranjero en “perillolandia”. Luego vino lo de las patillas acabadas en puñal, y aquí sí creo que le podemos echar la “culpa” a alguien: Alessandro Del Piero. La gente empezó a hacer cosas rarísimas con sus patillas. Volví a sentirme incómodo y un día estuve a punto de decirle a Manolo, mi peluquero de toda la vida, que cortara por lo sano, pero al final me eché atrás.

Después fue lo de rasurarse por completo la cabeza; moda, por cierto, inaugurada por Yul Brynner e imitada con posterioridad por Telly Savalas, el inspector Kojack de la tele. ¿No recuerdan cuando a Johan Cruyff le dio por chupar piruletas para dejar de fumar? De repente todo el mundo llevaba “chupa-chups” en los sitios más insospechados, en la guantera del coche, el porta folios o la chaqueta. Luego vino lo del arito en la oreja o el tatuaje en el tobillo y ahora nos amenazan con ¡el cambio de nombre!

Lo de Cassius Clay lo entiendo, pero es que Carew —delantero del Valencia— ya no es Carew, sino Alieu, y Lucio Angulo —alero del Real Madrid— deja de ser Lucio Angulo para llamarse Espinosa. Por esta regla de tres a Luis Enrique le podría dar por llamarse Martínez García, a Diego Tristán, Herrera, y a Roberto Carlos, Da Silva. ¿Imaginan el lío? Más que nada lo hago pensando en los narradores de partidos que últimamente me recuerdan mucho a los locutores del metro (“¡ojo al 26!”... “¡El 19 se interna por la banda derecha!”... “¡Va a salir el 30!”, como si se tratara de trenes y andenes, y no de futbolistas).

Acabaremos yendo al fútbol con un mapa y una brújula y diciendo eso de: “Rivaldo, supongo” o “Figo, imagino”. Un desastre, oiga. Pobrecitos narradores.

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