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A este paso acabarán llevando a los jugadores de fútbol bajo palio. El Manchester United, club que ha marcado la pauta de la modernidad futbolística, acaba de prohibirles a sus millonarios empleados que firmen autógrafos en las camisetas para evitar así el comercio de las mismas a través de internet. El introductor en España de esta nueva costumbre ha sido precisamente uno de sus ex jugadores, David Beckham, quien, según me cuentan quienes aún tienen la perversa costumbre de dirigirse a diario a la Ciudad del Fútbol de Las Rozas, aunque todavía firma se niega a hacerlo a menos que sea con el nombre y el primer apellido por delante. Por ejemplo: "para Pablo López con cariño", o "con cariño para Luis Pérez". Que nunca les falte a los niños del mundo ese bonito cariño enlatado y de marketing de sus ídolos del balón. Las estrellas del Manchester sólo podrán firmar en un papel en blanco, y esa iniciativa ha sido ya calificada por los fans como "patética".
 
Nunca he entendido bien a aquellos que tienen en su casa una camiseta autografiada por un futbolista, lo cual significa que nunca me he entendido demasiado bien a mí mismo. Por tener, yo tengo dos; una del futbolista más importante del momento, Zinedine Zidane, y otra del que pudo serlo, Juan Román Riquelme, pero que no lo fue. Pero yo soy un pobre mitómano sin remedio, mientras que los padres de los fans en ciernes pueden frenar a sus hijos en esta dura pendiente. Seguro que la medida del Manchester, encaminada a acabar con la gallina de los huevos de oro sin que ellos lo sepan, colaborará a ese respecto. Esperemos que el esnobismo tarde en llegar mucho tiempo a España porque, aunque en la mayoría de las ocasiones el garabato sea realmente indescifrable, y en la fotografía de turno el futbolista aparezca con barba de cuatro días y una cara de mil demonios, el negocio del fútbol se sostiene precisamente por gestos como esos.
 
Pero al final, ya lo verán, les llevarán bajo palio para que no entren en contacto con el pueblo. Ya cenan en reservados y se toman la copa en zonas acordonadas por gorilas de dos metros de altura, como si aquello más que una sala de fiestas fuera el escenario de un crimen. Ya viajan en coches con las lunas tintadas, y salen y entran en los aeropuertos por las puertas de atrás, despistando a quienes esperan para verles. Sólo les falta acudir a un cirujano plástico que les cambie la cara, pero entonces ya me contarán ustedes cómo convencería Ronaldinho a Laporta de que él es Ronaldinho y que no le han secuestrado. Ahora ya ni siquiera van a firmar autógrafos. Eso les vendrá muy bien a algunos eternos mosqueados, a esos permanentes disgustados por su situación de privilegio. El futbolista acabará por jugar un fútbol de play station. Y entonces habrán acabado con el negocio, ya lo verán.

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