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Juan Manuel Rodríguez

Real Madrid-Zaragoza, el partido ininteligible

El Real Madrid rozó el milagro, lo tuvo en la palma de su mano, casi logró atraparlo pero, al final, lo dejó escapar. Y eso fue porque alguien quiso comprender lo incomprensible.

Es el problema de los entrenadores que lo quieren tener todo controlado. Por mucho que haya quien quiera defenderle, López Caro se equivocó lamentablemente con sus rotaciones en el encuentro de ida jugado en La Romareda y anoche, cuando el Real Madrid acababa de marcarle tres goles al Zaragoza en el tiempo record de nueve minutos, volvió a confundirse tratando de comprender un partido incomprensible para cualquiera que estuviera en su sano juicio, un partido que sólo había que sentir. Pareciera como si el entrenador del Madrid hubiera diseñado un plan estratégico, un plan según el cual había que marcar tres goles en la primera parte, otros dos en la segunda y mantener a cero la portería de Iker Casillas.

Las matemáticas no engañan: 3+2=5. Con cinco goles pasaba el Madrid. Cuando López Caro se encontró con que, en contra de cualquier razonamiento lógico, su equipo había marcado en sólo nueve minutos los tres goles que teóricamente tenía que marcar en cuarenta y cinco, le pudo su carnet de entrenador profesional y pidió desde la banda calma a sus jugadores. No lo entendí ayer, y sigo sin comprenderlo ahora. Si al Madrid le estaba funcionando el rock and roll, ¿por qué empezaron a tocar un vals? Se ha recurrido mucho a Juan Gómez durante toda esta semana. En la noche del día de los enamorados se dieron cita en el estadio Santiago Bernabéu once "juanitos", sólo faltó otro, quizás el fundamental. Porque, con 3-0 en nueve minutos, si Juan hubiera estado sentado en el banquillo del Real Madrid no habría pedido tranquilidad sino más nervio, no habría tratado de comprender el partido como se comprende un logaritmo sino que se habría limitado a sentirlo y disfrutarlo.

Lo cierto y verdad es que hubo un momento en que los jugadores del Zaragoza caminaban por el césped con la mirada perdida. Ayer César confesó que pensó en fingir una lesión, y hoy Zapater ha dicho que nunca vio nada igual en su vida. Como Zidane, campeón del mundo y de Europa con la selección de Francia, que también reconoció sentirse impresionado. Puede que sea eso lo que, transcurridas veinticuatro horas desde que finalizara el partido, dé más rabia aún a los madridistas y, por contra, aliente a los antimadridistas. El Real Madrid rozó el milagro, lo tuvo en la palma de su mano, casi logró atraparlo pero, al final, lo dejó escapar. Y eso fue porque alguien quiso comprender lo incomprensible, entender lo ininteligible, razonar sobre lo irracional que era comprobar cómo ochenta mil aficionados se dieron cita en un estadio para asistir, en vivo y en directo, al milagro del fútbol. Lamentablemente esa asignatura no se imparte en el curso de entrenadores.

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