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Soy lo que podríamos llamar un hombre impaciente. Quiero saberlo todo rápidamente, al instante: las notas en la Facultad de Ciencias de la Información, el resultado de los análisis o, durante la mili, si me tocaba o no hacer guardia el fin de semana. Quizá por eso el béisbol me aburre mortalmente y el fútbol americano me parece tan soporífero, con unos tíos como castillos yarda para arriba, yarda para abajo, como si aquello fuera el "meneito" o el último baile veraniego de Giorgie Dann. Por eso me encanta la velocidad y guardo tan grato recuerdo de Carl Lewis, el "hijo del viento", o de mi admirado Michael Johnson, el "expreso de Waco". Aquellos lo ventilaban todo en unos pocos segundos: salían y llegaban. Ya está. Como en los dibujos animados del "Correcaminos", sólo acertabas a ver el polvo que levantaban a su paso. Medallas de oro, plata y bronce, himnos por todo lo alto, protocolaria fotografía y hasta otra que tengo invitados en casa. Perfecto.

1 hora, 40 minutos y 21 segundos de la madrugada en España. Tras producirse tres salidas nulas (ahora la Federación Internacional quiere acabar erróneamente con la tensión añadida que producen), Maurice Greene tomaba la salida en la carrera de los 100 metros lisos. Era la 1, 40 minutos y 30 segundos y ya había conseguido cruzar la línea de meta con un registro de los que quitan el hipo: 9.82. Por detrás suyo (es un decir), Tim Montgomery (9.85), llamado a suceder al rey indiscutible de la velocidad, y Bernard Williams (9.94). Cinco atletas entraron por debajo de los 10 segundos y el equipo estadounidense repetía la gesta de Helsinki y Tokio al lograr hacerse con las tres primeras plazas.
Greene es un misterio de la naturaleza.

¿Cómo será posible que un "Robocop" como él se deslice a la velocidad que lo hace? Sin embargo, su éxito en Edmonton le eleva a la categoría máxima de la historia, toda, del atletismo. Ahora iguala los tres oros conseguidos por Lewis en otros tantos Mundiales (hablo sólo de la prueba de 100 metros lisos) y se encuentra únicamente por detrás de Michael Johnson, Serguei Bubka y el propio Carl Lewis en cuanto a victorias en Campeonatos del Mundo. Maurice Greene, que cruzó la línea de meta lesionado (y no es precisamente un atleta teatrero) obtiene así la segunda mejor marca de toda la historia, a sólo 3 centésimas de su propio récord del mundo. A Greene, Montgomery, Williams y el resto de atletas participantes les agradezco, sobre todo, la rapidez, la inmediatez. A mí también me gustaría escribir estos artículos en 10 segundos pero no puedo. Todo se andará.

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