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“Sports Pages”, en la céntrica Charing Cross Road, elige desde 1989 el mejor libro deportivo del año. No está sobre la bici, el milagro de Armstrong de Sally Jenkins (cuenta la epopeya del extraordinario ciclista estadounidense y cómo venció al cáncer); Endless Winter (que podríamos traducir aquí por Invierno sin fin), de Stephen Jones; o True Blue (Azul Verdadero) de Dan Topolski y Patrick Robinson, y que fue el primer ganador, son sólo algunas muestras de que la literatura deportiva está más viva que nunca y que no hay por qué menospreciarla. En 2001 se produjo una cerrada competencia entre La vida secreta de Tony Cascarino de Paul Kimmage (no la he leído, pero dicen que es una divertidísima biografía del que fuera internacional con la selección irlandesa de fútbol), Un viaje de locos de Peter Nichols, Buscar una lucha de David Mattews y Seabiscuit: una leyenda americana de Laura Hillenbrand, quien finalmente se llevaría el premio.

Si yo fuera Steven Spielberg no tardaría mucho en comprar los derechos de este último libro, porque la historia que narra es sencillamente apasionante. Siendo un animal, “Seabiscuit” representó probablemente mejor que muchas personas el sueño de vida americano, hasta convertirse al final en una leyenda. Nadie habría pensado nunca que aquel caballo pudiera ganar una sola carrera. Era “áspero, pequeño, con una cola triste y unas rodillas que se doblaban”. En el verano de 1936, en plena “gran depresión”, Charles Howard, un aventurero que hizo fortuna introduciendo el automóvil en el oeste americano, compró aquel “patito feo” a precio de saldo. Con la monta de Pollard, el segundo “mosquetero”, y la preparación de Tom Smith, el tercero, en “Seabiscuit” empezó a aflorar una habilidad innata para correr más deprisa, cruzando siempre la línea de meta en la primera posición.

Durante cuatro años aquel caballo, héroe inverosímil inmerso en una historia irrepetible, se convirtió en uno de los iconos estadounidenses, arrastrando una fuente inagotable de comercialización y robando el protagonismo informativo al mismísimo Adolf Hitler. Su historia no es sólo suya, sino también la de Pollard, Smith y Howard. Por las críticas (Michiko Kakutani, Gloria Corrigan, Ron Fimrite) parece que Laura Hillenbrand supo dar en el clavo de esa leyenda americana.


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