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La rivalidad deportiva (a veces política e incluso sociológica) que existe entre el Real Madrid y el Barcelona es una bendición de Dios para el fútbol español. Es imprescindible para nuestra Liga que la “guerra fría” entre los dos grandes no pase de repente a estudiarse en las escuelas como pasa con las cuevas de Altamira, la lista de los Reyes Godos o el rococó. La batalla por el mercado (de futbolistas, aficionados o puramente económico) es un aliciente del cual no se puede prescindir.

Mejor que nadie lo sabía mi amigo Yeyo (ex presidente de la Liga Nacional de Fútbol Sala) que trató en vano de convencer a Lorenzo Sanz para que creara un equipo que pudiera darle justa respuesta al azulgrana. No lo logró, pero ahora el automovilismo está buscando idéntico duelo aunque sobre cuatro ruedas. Los periodistas deportivos somos los primeros interesados en fomentar esa lucha por un motivo muy simple: si desaparecen la CIA y el KGB ¿qué pasará con John Le Carré?

Hoy por hoy, sin embargo, no hay duelo posible. Siguiendo con el símil de espías, el Real Madrid logró que el James Bond del Barcelona se pasara a su bando. Florentino Pérez hirió de muerte al sucesor de Núñez (Joan Gaspart) porque Luis Figo era el “alma mater” de aquel equipo. ¿Creen que es una historia pasada? Tanto como la de Alfredo di Stéfano —la primera “mordedura” merengue— de quien muchos culés siguen hablando todavía. La herida está tan fresca que Rivaldo acaba de acordarse sin empacho del jugador portugués, reconociendo que todavía le echan mucho de menos. Gabriel Masfurroll (la “sonrisa del régimen culé”) se ha visto en la perentoria obligación de salir al paso de las declaraciones ¡de su propio futbolista!.

Hace aproximadamente diez años estuve de vacaciones por Italia. Al conocer que era español, ocho de cada diez personas me preguntaban por el Barcelona. El Barcelona de Cruyff. El Barcelona de Stoichkov. El Barcelona de Romario, Laudrup, Baquero y Beguiristain. El Madrid (“el Real” por aquellos lares) había perdido el gancho y la imagen que le hicieron grande. Eran los años del despropósito continuo. El Barcelona era presentado como un club modélico, mientras que su máximo rival era la viva imagen del esperpento valleinclanesco. Aquella situación era también muy mala para nuestro fútbol.

Hoy todo el mundo se conoce de carrerilla el once madridista, y el Barcelona anda de permanente capa caída. Lo peor para el club azulgrana es que creo firmemente que Joan Gaspart tratará de cumplir íntegramente su mandato. La debilidad culé se localiza justamente en la labor de un presidente continuista que lleva ya demasiados años viviendo en el club. Otro gallo les habría cantado a los seguidores barcelonistas si hubiera ganado Lluis Bassat, pero no quisieron dar el salto. Ahora el Madrid manda, el Barcelona sobrevive, y lo pagamos todos los “John Le Carré” del fútbol español. Porque nos quedamos sin guerra fría.


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