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Juan Manuel Rodríguez

Sobre chivatos y confidentes

Quien para Luis Aragonés es un “auténtico hijo de puta”, para el periodista deportivo constituye una mina de oro que hay que mimar y conservar como oro en paño. Es la diferencia de criterio a la hora de ser entrenador de fútbol o profesional de la información. El otro día publicaron la bronca que Aragonés echó a sus jugadores en el descanso del partido contra el Athletic Club de Bilbao, amenazando incluso a los futbolistas con abandonar el banquillo si no seguían sus instrucciones al pie de letra. Alguien filtró lo que allí había sucedido, y más tarde apareció recogido por varios medios de comunicación. Cinco días después de aquello, Luis ha reaccionado llamando “hijo de puta” a quien habló fuera del vestuario, a quien osó romper el mandamiento no escrito de que los trapos sucios hay que lavarlos en casa.

Otra cosa diferente es que quien filtrara lo hiciera con la malsana intención de perjudicar personalmente al técnico rojiblanco, pero el buen periodista —acostumbrado a maniobrar en esa frontera difusa— desarrolla un olfato muy particular al respecto, oliendo desde lejos a quien quiere utilizarle como avanzadilla contra algo o contra alguien. Si el profesional decide, tras recibir la oportuna confesión, que la información es digna de crédito, por algo será.

Aunque Luis ha querido separar la figura del periodista de la del “confidente”, si —al final de todo y tras los necesarios filtros previos— el periodista decide tirar hacia adelante con una información que es falsa, entonces es un “lila”, un inocente, un tonto; que es, en realidad, lo que ha venido a decir Luis: el confidente es un delincuente y el periodista un idiota que va con el lirio en la mano. Y sin embargo yo —y no por solidaridad corporativa— creo que el resultado final de la información está más cerca de la verdad que de la mentira. ¿Por qué?... Por indicios posteriores que se produjeron en el transcurso de la segunda parte: Luis estuvo inhabitualmente apático (no se levantó ni una sola vez), y la escena que protagonizó Carlos Aguilera, dando aparatosas patadas en el banquillo al ser sustituido por su entrenador, no es en absoluto normal.

La televisión constituye el mejor “confidente” de todos, y resulta que a Luis —que yo recuerde— le pilló “in fraganti” en dos circunstancias muy aparatosas. La primera, cuando el famoso duelo con Romario (“míreme usted a los ojos”); la segunda, cuando perdió totalmente los nervios y agarró a Eto'o del pecho. En esas ocasiones ni siquiera Luis pudo desmentir lo que vimos y oímos todos porque el “chivato” era visual y también sonoro; por eso el entrenador del Atlético de Madrid dijo el otro día que, si dependiera de él, no dejaría entrar jamás a los periodistas a los entrenamientos. Recuerdo como si fuera ayer el tremendo broncazo que Benito Floro soltó a los futbolistas del Real Madrid y que captaron perfectamente los micrófonos de Canal Plus. Curiosamente Floro, víctima de un ataque agudo de amnesia, tampoco recordó nunca lo que allí había sucedido. Menos mal que, diez años después de aquello, el sonido ambiente se conserva en perfecto estado de revista. Y ese no miente.

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