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Siempre me ha llamado la atención el sumo, deporte semi-religioso. En Oriente adoran a estos gordísimos que saltan al tatami con taparrabos, y que a base de tripazos pretenden herir la sensibilidad del rival. Sí, la sensibilidad, porque con antelación a lo que supone el combate en sí, los gordos se colocan en jarras y como si no pudieran aguantarse más y fueran a ir al "W.C." delante de un monton de japoneses, comienzan a escupirse como unos posesos gritos que le ponen a uno los pelos de punta. A mí me suenan a "¡Jai!", o "¡Tomai!"... La gente vibra, y comienza el espectáculo de estos amantes de la fabada y el ajoarriero.

Ahora me llegan noticias desde Japón: el gran campeón Akebono ha logrado su undécimo título de la "Emperor's Cup" (que debe ser algo así como la Champions League) al derrotar a Musashimaru, cuyo verdadero nombre es Fiamalu Penitani. A pesar de la fiereza formal del sumo, al final estas auténticas moles se comportan como "lores" ingleses; tras el pechito con pechito (en este caso, pechazo con pechazo) lo que sobrevive entre el sudor y el polvo de talco es, sobre todo, la deportividad.

El sumo también me llama la atención porque convierte a los gordos en los reyes del mambo. Al contrario de la filosofía occidental que promueve el "esqueletismo", y que confiere a la delgadez un rango superior, en el Oriente miman y llevan bajo el palio a estos gladiadores practicantes acérrimos del sobrepeso. Akebono, Musashimaru, Kotomitsuki... cualquiera de ellos van rodeados siempre por unas bellísimas guardaespaldas que se desviven por agradarles en todo.

Tengo ante mí una fotografía en la que Musashimaru casi logra levantar al hawaiano Akebono. No levita de puro milagro. Probablemente esa instantánea recoja el deporte en su estado más puro. El Fukuoka Kokusai Center está hasta los topes, la gente vibra y los grandes campeones se convierten en los sacerdotes de una fiesta milenaria. Prometo aprender más acerca del sumo, aunque la fiesta de la gordura dure lo que un caramelo a la puerta de un colegio. Observo la fotografía hecha en Fukuoka ante un plato rebosante de acelgas. Se acercan las Navidades, y aquí los gordos no somos los reyes del mambo aunque -de manera desinteresada- sí toquemos canciones de amor.

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