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Maldita manía la de trocear a Dios que tienen esos especimenes, congéneres míos, conocidos como "narradores". En su ánimo de trasladar una animación estable y homogénea, que la mayoría de ocasiones no existe, durante los noventa minutos de un partido, sajan verbalmente a Dios, le amputan un pie, una mano o un ojo, para dárselos graciosamente a un argentino, un brasileño o un alemán, dependiendo de la amistad que ellos, que ejercen a su vez como diablillos desde la altura de sus cabinas, tengan con los susodichos. Bien se podría decir que los narradores juegan a ser Dios, como esos sanadores que te miran a la pupila y, muy serios y circunspectos, te dicen: "usted sufre de dolores lumbares. Son quince mil"... He conocido algunos narradores insufribles, victimas del "síndrome de Dios", lamentablemente perjudicados porque al final se creen sus propias historias y piensan que sí, que ellos parten y reparten indulgencias desde aquella cabina de cuatro por cuatro.

Desde que Vivien Leigh pusiera al Creador como testigo en "Lo que el viento se llevó", han cambiado mucho las cosas. En la película de Victor Fleming decía lo siguiente: "A Dios pongo por testigo que no podrán derribarme. Sobreviviré, y cuando todo haya pasado, nunca volveré a pasar hambre, ni yo ni ninguno de los míos. Aunque tenga que mentir, robar, mendigar o matar, ¡A Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre!"... En el fútbol a Dios simplemente se le tritura radiofónicamente hablando; se le pasa por la "Turmix", y mientras hoy le toca a Maradona una mano, al día siguiente Ronaldo se lleva un pie... Y todo en aras del maldito espectáculo.

Todo el mundo piensa que Dios está de su parte, y así por ejemplo los madridistas piensan que es blanco y, ante los reiterados errores arbitrales beneficiando a Corea del Sur, su portero dice que son un "regalo de Dios". El alemán Fringg, autor de un penalti descarado al impedir el gol estadounidense, querrá llevarse también la mano de Dios (la izquierda, porque la derecha ya se la dieron a Maradona) justificando su acción procedente de un regalo divino. El nombre de Dios se utiliza demasiadas veces en vano en el fútbol, tantas que –tras la fallida final de la Champions League– Cañizares miró al cielo y le echó la culpa de que el Bayern de Munich hubiera sido mejor o hubiera tenido más suerte que el Valencia.

¿Serán culpables los narradores de la falsa deificación de los futbolistas? El emperador Julio César siempre llevaba a su lado un esclavo que le repetía machaconamente: "Julio, recuerda que sólo eres un hombre". Los narradores elevan a los altares a los jugadores por un regate, un gol, un pase... Los narradores trocean a Dios. Y no me gusta.

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