Después de cuatro durísimas horas de partido, cuando ya han transcurrido cincuenta juegos y se disputa el quinto y definitivo set, Rafa Nadal, de repente, se pone a bailar en el Foro Itálico de Roma. Pierde por 4-2 ante el suizo Roger Federer, probablemente uno de los tres o cuatro mejores tenistas de toda la historia, pero da lo mismo, eso no importa; Rafa, simplemente, baila, corre de un lado a otro de la pista, salta... Y la imagen me recuerda mucho a aquella otra de la película "Rocky" en la que el "potro italiano", tras recibir un durísimo castigo por parte del campeón mundial y cuando éste ya levantaba los brazos en señal de victoria, le grita: "¡ven, ven!... ¿Dónde vas?... Esto todavía no se ha terminado". Con su baile, Nadal quería decirle algo parecido a su particular Apollo Cread: "¡ven aquí!... ¿Dónde te crees que vas?... Estás confundido si piensas que hemos terminado".
Federer y Nadal están llamados a reeditar para nosotros aquellos míticos partidos que jugaban Björn Borg y John Mc Enroe. El sueco y el hielo tendrían más o menos la misma temperatura, mientras que el estadounidense (no recuerdo una muñeca igual que la suya) era un tenista mucho más pasional, más cercano. Abro un paréntesis: el otro día Mc Enroe estuvo en España y dijo que antes le multaban por romper las raquetas mientras que ahora le pagan mucho dinero por hacer lo mismo. La verdad es que sigue siendo un "showman" y un extraordinario relaciones públicas. Cierro el paréntesis. Federer y Nadal son tan diferentes como Borg y Mc Enroe, pero, como les pasaba también a ellos, es indiscutible que son los dos mejores jugadores del mundo.
Me parece que Roger Federer es consciente de que le ha salido en el trasero un grano muy feo con el español. Y creo también que, con objeto de quitárselo de encima cuanto antes, el suizo se está preocupando de mejorar su juego sobre la tierra. El partido de hoy es una buena muestra de eso que digo. Con el suizo me pasa como con esas series de televisión en las que, de improviso, aparece un personaje que es el marido ideal, el hijo perfecto, el yerno preferido y el mejor padre del mundo, además de un profesional cualificado, serio y solvente: "¿qué esconderá ese tío?"... Pero Federer no esconde nada, e indiscutiblemente se merece todo lo bueno que le pase en esta vida. Como Nadal.