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Joan Laporta ha hecho lo que cualquier hombre sensato haría en su lugar. En el aspecto económico, convencer a los "cracks" que ya estaban en el club (especialmente Kluivert) para que asumieran como propia la endémica situación financiera por la que está atravesando el Barcelona. "Estas son las lentejas", vino a decirle Laporta a Kluivert, y como el resto de futbolistas de la plantilla vieron que la nueva directiva iba en serio y no se bajaría de la burra, constataron que también para ellos había empezado una nueva era. En el aspecto deportivo –íntimamente relacionado con el económico en un club que, como el catalán, está obligado a competir al máximo nivel– Sandro Rosell y Txiqui Beguiristain "atacaron" a aquellos jugadores de un segundo escalón deportivo (Rustu, Cuaresma o Márquez), y al brasileño Ronaldinho, la ansiada "estrella mediática".

Laporta está actuando con tino pero, ¡oh desgracia!, desafortunadamente es heredero de una catastrófica situación económica que los anteriores responsables del club han tratado de tapar hasta el último momento. Tras llevar a cabo la correspondiente auditoría, el Fútbol Club Barcelona reconoce una deuda de 164 millones de euros, la más elevada de la historia del club. Al margen de las aburridísimas discrepancias contables (los hombres de Gaspart y Reyna acusan a los de Laporta de inflar adrede los gastos destinados a fondos de provisión para así desacreditar su gestión), el caso es que Laporta tendrá que hacer milagros para salvar la cara del club en sus cuatro años de presidencia.

La irresponsabilidad de Gaspart (también) a la hora de gestionar la economía del club queda gráficamente reflejada por el "caso Puyol". En un momento de impopularidad importante para él y aprovechando la ausencia de Pérez Farguell, (por cierto: ¿alguien ha oído hablar alguna vez al tal Farguell?) Gaspart le ofreció el oro y el moro al defensa catalán, incrementando su ficha hasta los cinco millones de euros. Aquello fue vendido como el gran "fichaje" del año, un "fichaje" excéntrico e inexplicable cuyo único objetivo era mantener deportivamente vivo otra semanita más con la millonaria respiración asistida al ínclito Gaspart. Y ahora Laporta (que no tiene un pelo de tonto y surfea cómodamente sobre la ola de la popularidad) podría aceptar la oferta del Manchester agarrándose a la excusa del contrato firmado por Gaspart. El fondo de la cuestión sería más o menos el siguiente: "A mi no me miréis; yo no podía hacer otra cosa que vender al jugador". La Asamblea de finales de agosto promete ser interesante.


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