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Juan Manuel Rodríguez

Uno que no tendría precio como Nostradamus

Ya me perdonarán ustedes la autocita, pero como es para flagelarme estaría feo que lo hiciera en otra persona que no fuera la primera del singular. El 23 de marzo, y bajo el título de “Un Valencia desarmado”, servidor y picapedrero escribía aquí mismo lo que sigue: “¿Cómo responderá el Valencia a la ausencia obligada de Ayala durante un mes? La respuesta es muy mal, responderá muy mal”. Pues me equivoqué. El Valencia respondió muy bien. Seguía diciendo esto: “Creo que a este equipo se le han colgado demasiadas medallas antes de tiempo y que ahora lo pagará en el aspecto psicológico. Porque, a la larga, para ser campeón hay que golpear primero”. Volví a errar. La verdad es que no tendría precio como Nostradamus, pero ante la demostración valencianista de este sábado ante el Español sólo cabe descubrirse y decir “chapeau”. Todo parece indicar que el Valencia será campeón de Liga, pero aún en el sorprendente caso de que no lo fuera —no quiero tropezar dos veces con la misma piedra— lo merecería. Porque el Valencia construido por Rafa Benítez tiene alma de campeón.

¿Factores que probablemente no tuve en cuenta? Uno es que este equipo había pasado ya por la forja de la desgracia. Al Valencia no le podía “temblar la paletilla”, puesto que había perdido una final de la Champions ante el Real Madrid, y otra —con peor fortuna si cabe— contra el Bayern de Munich. La primera no dolió tanto, pero la segunda fue humillante y traumática. El Valencia había sobrevivido tras descender al infierno deportivo. Cañizares, Ayala, Carboni, González... todos habían dejado atrás el miedo a la derrota, ese que te recorre la espina dorsal y te congela. Otro factor importante es la irrupción del “Pipo” Baraja, el futbolista más decisivo del campeonato. El ex del Atlético de Madrid quiere ser un líder, lo reclama para sí con vehemencia, y está claro que el Valencia se ha beneficiado de su estado de gracia. No recuerdo una aparición tan decisiva como no fuera la de Salvatore Schilachi en el Mundial italiano de 1990. “Totó” era un salvaje, un troglodita del área. No tenía pasado y careció de futuro, pero en aquel Mundial se convirtió en el máximo goleador y logró que Italia acabara tercera. A diferencia de Schilachi, Rubén Baraja tiene todo el futuro por delante.

El Valencia será campeón (¡y ya estoy emulando otra vez a Nostradamus!) porque supo aprovechar también las debilidades de sus rivales. Ni el Real Madrid ni el Deportivo tienen suficientes futbolistas para acometer con garantías tres competiciones. Y el Barcelona anda a la deriva. Así es el juego en la alta competición. No hay respiro posible. El Valencia jugó sus cartas en la Liga —prometo no hacer ningún ridículo juego de palabras con el apellido Baraja— y ganó. O ganará. Cuestión de tiempo. Creo.

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