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¿Y ahora qué? Hace una semana que Ricardo Otxoa perdía la vida en la carretera y, como consecuencia del mismo accidente, su hermano Javier continúa luchando por mantenerse vivo. Todos los días mueren cicloturistas; ese mismo jueves, sin ir más lejos, un anciano era arrollado por un vehículo cuyo conductor se daba posteriormente a la fuga. He dejado pasar conscientemente estos siete días para empaparme de información, para leer y escuchar todo lo que se ha escrito y se ha dicho. Desafortunadamente no he llegado a ninguna conclusión, aunque haya sido probablemente debido a mi propia torpeza. Tuve, eso sí, muy claro desde el primer momento que quien perdía era la familia Otxoa: Ricardo, que ya no está; Javier, y la madre de ambos, a la que en estos momentos nadie puede ayudar.

¿Y ahora qué? Puede que me retiren el título de periodismo, o lo mismo es que soy muy blandito (en el argot arbitral lo llamaríamos "paloma"), pero una semana después del fatal accidente no he visto que los profesionales de la información hayamos ayudado en absoluto a clarificar el debate. He visto las dramáticas escenas de una madre asida al féretro con el cuerpo sin vida de su hijo recién fallecido (¿y para qué?, ¿por qué no dejarla en paz?). Estoy sorprendido con la persecución televisiva del coche que causó el desastre, un serial vendido –así, como suena– por capítulos (y es que, he deducido, alguien pensará que ahí, en ese recóndito taller malagueño, debe estar el Watergate de los Woodward y Bernstein nacionales). He oído a la novia de uno de los hermanos Otxoa y también al hermano de los gemelos; pero ni un sólo debate serio, ni una reflexión centrada acerca del problema que causa muertos todos los días en las carreteras de nuestro país.

Preferiría que hubieran respetado la intimidad de los familiares (yo no pienso que una imagen valga mil palabras) y los informadores –aunque la generalización es injusta– nos hubieramos puesto las pilas, porque el problema sigue siendo de educación vial y de respeto hacia la "otredad", parafraseando a un ex-presidente del Gobierno. ¿Qué piensan hacer los políticos?, ¿qué podríamos hacer los periodistas?, ¿cómo convencer a los conductores de que el chasis de un ciclista es su propio cuerpo? Ninguna de esas preguntas se responden invadiendo a una familia destrozada, ni persiguiendo un coche detectivescamente. Ricardo y Javier se merecen algo mejor.

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