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Juan Ramón Rallo

El despeñadero proteccionista

El cierre brusco de los mercados internacionales convirtió lo que habría sido una recesión estándar en una Gran Depresión. Hoy parece que los políticos, empezando por Obama y terminando por Zapatero, quieren conducirnos por el mismo camino.

Seguro que ha escuchado en numerosas ocasiones eso de que la Gran Depresión comienza con el crack bursátil del 29, que terminó degenerando en una quiebra bancaria masiva en Estados Unidos y Europa. El problema de esta narración es que no sólo su enumeración de los hechos resulta equivocada, sino que además oculta las causas del pinchazo de la bolsa.

Los keynesianos, cegados como casi siempre por una realidad que son incapaces de comprender, sugirieron que el pinchazo tuvo su origen en una progresiva acumulación de la renta en las manos de unos pocos capitalistas que no consumían al mismo ritmo al que se enriquecían. Los austriacos, por su parte, atribuyeron el crack a la expansión del crédito que había comandado la recién creada Reserva Federal a partir de 1922 y que había cristalizado en una burbuja bursátil que tarde o temprano tenía que pinchar.

Como de costumbre, la explicación de la escuela austriaca tiene mucho más rigor que las supercherías keynesianas. Entonces, como ahora, estos últimos economistas culparon a la codicia y a la concentración de rentas de lo que no era más que un boom artificialmente inducido por el banco central (como sí comprendieron y denunciaron, entonces como ahora, los economistas austriacos más notables del momento: Ludwig von Mises y Friedrich Hayek). Las rentas se fueron concentrando en unos pocos capitalistas porque fueron éstos los receptores de la inflación crediticia de la Reserva Federal; algo similar ha pasado en los últimos años, cuando promotores, constructores y banqueros obtenían enormes beneficios gracias a la demanda artificialmente inducida por los bajos tipos de interés del Banco Central Europeo. El origen de la crisis no está, como bien explican los austriacos, en que las rentas se concentren, sino en la expansión crediticia insostenible que tiene como uno de sus efectos laterales la concentración de rentas.

Sin embargo, la explicación austriaca sobre el crack bursátil del 29 peca en este caso de incompleta. Es cierto que la burbuja fue fruto del crédito barato de la Fed y es cierto que en algún momento tenía que pinchar, por mucho que los economistas de Chicago, representados en aquel entonces por Irving Fisher, pronosticaran días antes del colapso que las cotizaciones nunca decrecerían (también Friedman hace unos tres años, en plena cénit de la burbuja inmobiliaria, aseguraba que los fundamentos de la economía estadounidense eran sólidos y que no se produciría ninguna crisis). Pero la escuela austriaca no señala qué hecho concreto provocó el pinchazo bursátil.

Para averiguarlo tenemos que echar mano del padre de la economía de la oferta Jude Wanniski. En su libro The Way The World Works, Wanniski demuestra que el crack guarda una relación directa con el avance del proteccionismo en Estados Unidos, representado en aquel momento por el arancel Smoot-Hawley. Según las negociaciones entre demócratas y republicanos sobre su aprobación avanzaban o retrocedían la bolsa caía o repuntaba; el desplome de las acciones se produjo a finales de octubre según se iban pactando día a día los aranceles sobre el silicio, la caseína y los productos químicos.

¿Cómo es posible que movimientos en algunos aranceles generen pánicos tan generalizados? Bueno, en realidad no son movimientos tan insignificantes. Durante una crisis, muchos mercados pierden de golpe su demanda (por ejemplo, el de la vivienda) y tienen que sufrir una profunda reestructuración; de hecho, en eso consisten las crisis. El problema surge cuando el poder político cierra artificialmente otros mercados que no deberían someterse a grandes reestructuraciones. Con el arancel Smoot-Hawley (aprobado formalmente pocos meses después del crack) se incrementaron los aranceles de 20.000 productos; dicho de otra manera, la debilitada economía europea (a la que Estados Unidos le había prestado grandes sumas de dinero tanto durante la Primera Guerra Mundial como durante la posterior reconstrucción) sería incapaz de seguir vendiendo sus productos a los estadounidenses.

La consecuencia era obvia: no sólo los europeos verían reducida su renta con la que a su vez importar de Estados Unidos, sino que muy probablemente comenzarían a impagar el crédito que les habían extendido. Y, de hecho, así fue.

El cierre brusco de los mercados internacionales convirtió lo que habría sido una recesión estándar en una Gran Depresión. Hoy parece que los políticos, empezando por Obama y terminando por Zapatero, quieren conducirnos por el mismo camino. Si realmente volvieran a levantarse las barreras exteriores, tenga por seguro que la crisis será mucho más larga y dura de lo que podemos imaginar.

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