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Juan Ramón Rallo

¿Hay que subir el IVA?

Disponiendo de dos alternativas para reducir el déficit y facilitar la recuperación –subir los impuestos o reducir el gasto– me quedaría sin dudarlo con el ajuste por el lado del gasto. Pero en este caso ni siquiera contamos con esa posibilidad.

Me dispongo a aportar mi grano de arena a la discusión sobre la subida del IVA, animado por la llamada de Federico Jiménez Losantos a debatir sobre los dos muy interesantes artículos artículos que ha escrito Alberto Recarte. Aunque ya anticipo que mi opinión es contraria a la de Recarte, sí quiero empezar matizando varios aspectos que generalmente suelen pasarse por alto y que a mi entender aproximan mi análisis al del presidente de Libertad Digital.

En general, soy favorable a que el grueso de la tributación de un país recaiga en impuestos indirectos sobre el consumo, tal y como han defendido desde antaño multitud de economistas liberales. La base de la prosperidad de una sociedad es la acumulación de capital, esto es, el ahorro real de que disponen los individuos para realizar inversiones de todo tipo (maquinaria, gasto en I+D, formación, mejora de infraestucturas...) y la única manera de ahorrar es restringir el consumo. Por tanto, disgustándome todos los impuestos por cuanto tienen de limitación de la propiedad privada, hay unos que me disgustan más que otros y, en este sentido, los impuestos sobre el consumo –IVA o impuestos especiales– son menos empobrecedores que los impuestos que gravan el ahorro, la renta que podría ahorrarse o directamente el capital acumulado (como el IRPF, las cotizaciones a la Seguridad Social, el impuesto sobre Sociedades o el extinto impuesto sobre el patrimonio). Por supuesto habrá quien sostenga que todos los impuestos son un mal por igual, pero me temo que ello impide efectuar el más mínimo análisis económico: en efecto, es evidente que generar inflación para financiar el gasto público es peor que un impuesto sobre la renta y éste a su vez es peor que un impuesto sobre el consumo.

Creo que conviene dejar este aspecto claro porque, repito, siendo las subidas de impuestos un error, no todas lo son en el mismo grado y no me parece responsable en estos momentos mantener tal postura. Y es que, dado que no tenemos una clase política caracterizada por la austeridad ni por su decidida voluntad para reducir el gasto, todo apunta a que los impuestos van a subir en el futuro y van a subir mucho. No porque sea la única alternativa, sino porque todos, en su momento, tratarán de vendérnosla como tal. Recordemos que cerramos 2009 con un déficit de unos 110.000 millones de euros y ésa es una cifra que asusta, pues representa más que toda la recaudación conjunta por IVA e IRPF.

Si no queremos que empiecen a prosperar ruinosas propuestas populistas como serían recuperar el impuesto sobre el patrimonio o incrementar el impuesto de sociedades o el gravamen de las plusvalías, deberemos distinguir el grano de la paja y para ello hay que diferenciar a su vez los efectos que cada tipo de impuesto tiene sobre una economía.

Sentado esto, ¿por qué no creo que deba subirse el IVA a diferencia de lo que defiende Recarte? Por dos motivos, uno de fondo y uno de forma.

En cuanto al fondo, la subida del IVA a la hora de la verdad no contribuirá en nada a la reducción del déficit público, objetivo que supuestamente ambiciona. Siendo optimistas, el incremento del IVA aumentará la recaudación en unos 5.000 millones de euros (probablemente menos) sobre un déficit de 110.000 millones de euros, a saber, tapará menos del 5% del agujero (y ello suponiendo que Zapatero no aproveche la recaudación adicional para aumentar más el gasto). Para que nos hagamos una idea, el mismo efecto sobre el déficit podríamos lograrlo olvidándonos de ruinosos estímulos keynesianos como el Plan E o suprimiendo las ayudas al desarrollo del Tercer Mundo y a la rehabilitación de vivienda.

Dada la magnitud de nuestro déficit, que en 2009 ni siquiera se hubiese eliminado duplicando el IVA y el IRPF, parece claro que la mayor parte del ajuste deberá venir por el lado de la reducción del gasto público (estatal, autonómico y municipal); especialmente hasta que la economía no se recupere con el consiguiente aumento de la recaudación y reducción de algunas transferencias como las prestaciones por desempleo. No veo ningún motivo, por consiguiente, para subir el IVA si no sirve ni mucho menos para solucionar uno de los grandes problemas de nuestra economía: el déficit público.

Pero aunque lo hiciera, aunque permitiera reducir ese déficit significativamente, ya hemos comentado que una parte importante de la reducción del déficit vendrá de la mano de la recuperación. Así, cabe preguntarse, ¿cómo favorecemos antes la salida de la crisis? ¿Con más Estado o con más mercado? Siendo las recesiones períodos en los que deben readaptarse con rapidez los factores productivos –liquidar las malas inversiones, por ejemplo inmobiliarias, y redirigir los factores hacia nuevas inversiones que permitan generar de nuevo riqueza–, un Estado que pretenda arrebatar al sector privado los recursos que necesita, entre otros motivos, para disminuir su abultadísima deuda privada y que pretenda destinar los fondos captados para ayudar y mantener los sectores en crisis que deberían readaptarse, es tanto como aplastar los "brotes verdes" para lavarles la cara a los marchitos.

En definitiva, disponiendo de dos alternativas para reducir el déficit y facilitar la recuperación –subir los impuestos o reducir el gasto– me quedaría sin dudarlo con el ajuste por el lado del gasto. No es cierto, como creía Keynes, que reducir el gasto sea igual de contractivo que aumentar impuestos: lo primero libera recursos para que el sector privado cree riqueza y lo segundo los concentra en el Estado para que los despilfarre. Pero es que, en este caso, ni siquiera contamos con la posibilidad de elegir cuál de las dos vías preferimos: el ajuste esencial se realizará sí o sí por el lado del gasto, lo cual no obstará para que, hasta entonces, los políticos nos vendan y aprueben unos impuestos mucho más devastadores para las clases medias que tardarán décadas en volver a rebajar a sus niveles originales.

Y aquí enlazo con mi segundo motivo para oponerme a la subida del IVA: las formas. Padecemos un Gobierno –no sólo España, también Estados Unidos– que ha convertido la crisis en una oportunidad para acrecentar el tamaño y las competencias del Estado. Primero han aumentado el gasto hasta límites insospechados clamando que había que estimular la demanda agregada para reanimar la economía y después pretenden hacernos tragar un progresivo aumento de los impuestos que incluso en sus propios términos contribuye a contraer esa demanda agregada. No cabe duda de que este Gobierno es un oportunista cuyas pocas ideas sobre economía provienen de la peor literatura científica y que en la práctica sólo está valiéndose de la crisis para engordar. No se mueve por criterios económicos, sino políticos, y por eso constituye a mi juicio un error intentar racionalizar con argumentos económicos su demagogia política.

Precisamente porque, como reconoce Recarte, el Gobierno no está siguiendo ningún plan económico sino un plan político, no creo que sea el momento de avalar retazos de lo que podría haber sido un plan de estabilización presupuestaria en otra época, en otro país y con otros políticos, pero no en 2010 en la España de Zapatero y Rajoy. El previsible resultado de tal defensa, aun cuando no sea el pretendido, será el de legitimar que el Gobierno socialista siga despilfarrando el dinero de los españoles y no reduzca el gasto hasta que sea del todo imprescindible. Como gráficamente me decían hoy, subir el IVA con Zapatero es como pretender llenar una bañera abriendo el grifo sin darse cuenta de que primero hay que tapar un enorme desagüe. Sí, pero la confusión no es neutral: tanto cuando aumentan el gasto como cuando incrementan los impuestos, el sector privado pasa a sufragar un crecimiento desorbitado del mismo sector público que ha causado (con sus bancos centrales) y ha agravado (con sus políticas keynesianas) la crisis.

Es cierto que Recarte defiende la necesidad de aumentar el IVA y de reducir el gasto, pero coincidiremos en que el Ejecutivo socialista no se quedará con la segunda parte de la copla, de modo que el único resultado que puede tener es el de desarmar una imprescindible oposición política y económica a que el Gobierno más manirroto de la historia de España nos suba los impuestos para evitar por un tiempo reducir el gasto tanto como debería.

Para mí nunca es el momento de subir impuestos, pero especialmente no lo es ahora. Ni siquiera por las inquietudes que pudiera provocar en los mercados financieros, que a buen seguro se sentirían mucho más calmados si suprimiéramos todas las subidas de impuestos y, a renglón seguido, presentáramos una enérgica reducción del gasto público. Y aquí sí coincido en la necesidad de reprocharle a todo el PP que no sea nada claro sobre qué partidas concretas de gasto quiere suprimir para reducir el déficit sin incrementar, como promete, los impuestos. Pero peor que la incertidumbre que supondría echar para atrás un aumento del IVA puede ser la certidumbre de que nos abocamos al desastre si no recortamos el gasto público o si pretendemos lograr la mayor parte del ajuste con subidas de impuestos.

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