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Julia Escobar

Stephen King, la fuente inagotable

En marzo del año pasado se anunció a bombo y platillo que el “mago del terror”, Stephen King, publicaba directamente en la Red su última obra, Riding the Bullet. Parecía que se hubiera hundido el mundo y que el “caso King” fuera a terminar con la industria del libro y con la cadena –indispensable para llegar al lector– formada por agentes literarios, editores, distribuidores y, finalmente, libreros.

No hubo tal. No fue más que otro señuelo publicitario para promocionar el libro, que salió estupendamente; en menos de veinticuatro horas en la red alcanzó los 400.000 ejemplares, bloqueó el acceso a la página y saturó el sistema. Habida cuenta de que se lleva publicando ficción en la red desde hace ya mucho tiempo, zafándose de la tiranía del libro y sin que nadie haya dicho esta boca es mía, esto sólo ha venido a demostrar que los editores están experimentando la receptividad de los famosos en otros formatos, con la idea de ampliar y explotar toda la gama de derivaciones subsidiarias de una sola obra.

Si alguien pensaba que la cosa iba a quedarse en pura virtualidad, se equivocaba de cabo a rabo. Ahora le llega el turno al supuestamente periclitado formato en papel. La versión en español se titula Montado en la Bala y acaba de salir del horno ahora mismo, en febrero de 2001, en la editorial DeBolsillo. Evidentemente hay una distancia enorme entre lo real y lo soñado; el texto, que parecía novela en la red, se ha quedado en simple relato.

Y no es que esté mal, ni mucho menos. Es ameno, escalofriante y original, como todo lo que escribe King, quien parece beber de una fuente inagotable. Tal vez la misma en la que se surtiera su gran antecesor, el guionista y novelista de los años 50-70, Richard Matheson, autor de Soy leyenda, aquella maravillosa novela en la que todos eran vampiros, menos un único superviviente a la terrible epidemia, y que se llevó al cine bajo el título, en español, de El último hombre sobre la tierra, con Charlton Heston de protagonista, antes de que el actor sucumbiera a su vez y se convirtiera en la patética momia de sus últimos tiempos.

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