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Julio Cirino

Ben Laden, jugador de ajedrez

Todos los medios del planeta se dedican estos días a dar minuciosa cobertura al ataque, por ahora aéreo, desencadenado contra el enemigo público número uno: Osama Ben Laden, su organización, Al Quaeda y el régimen Talibán que le cobija en tierras de Afganistán. Nuestra reflexión de hoy apunta a señalar que, tal vez, el asunto sea más profundo de lo que parecería a primera vista.

Ben Laden, ni es el primero, ni será el último de los terroristas que vio este mundo; sin embargo, tiene algunas características que, por ser únicas, merecen un comentario: En las últimas décadas, las organizaciones terroristas esgrimieron “reivindicaciones” basadas en temáticas más o menos locales, pero sin tratar de establecer paralelamente bases territoriales; ejemplos de lo dicho pueden ser el Ejército Rojo en Japón; la ETA en España; el IRA en Gran Bretaña o Sendero Luminoso en Perú. En todos estos casos encontramos grupos terroristas con planteamientos reivindicativos violentos, atados a problemáticas “locales”, y lo que es más importante, con estructuras operativas nacionales y con blancos para sus ataques que también lo son.

Hoy por hoy, sólo existe una organización que se adjudica un territorio, del tamaño de Suiza. Se trata de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). El Estado Colombiano no se disputa ese territorio, ya que fue éste quien accedió a establecer el santuario conocido como zona de distensión. Claro que, si bien las FARC son una organización terrorista que además se financia con narcotráfico y secuestros, no se conoce que opere –al menos por ahora– fuera del territorio colombiano; y si bien estableció “representaciones” en Europa, las mismas revisten un carácter más propagandístico que operativo. Finalmente, si bien se conocen alianzas más o menos explícitas de las FARC con otros grupos terroristas y narcotraficantes en el mundo, su estructura es básicamente piramidal, vertical, y no confederada, en el sentido de albergar grupos diversos bajo una organización paraguas.

La historia reciente de Al Quaeda en Afganistán es ya lo suficientemente conocida para volver a repetirla. Sin embargo, vale la pena señalar que tras de la derrota soviética, no fue Afganistán el lugar que eligió Osama Ben Laden como base de sus operaciones; por el contrario se trasladó a Arabia Saudita con el beneplácito de la familia real. Los problemas comenzarían cuando Irak invade Kuwait, en 1991. Ben Laden concibe la resistencia a la invasión como una tarea para el mundo islámico, unido contra el secular Saddam Hussein. Cuando la Casa de Saud prefiere unirse a Estados Unidos (los cruzados) en su lucha por recuperar Kuwait (y disuadir a Saddam de atacar a Arabia Saudita) se produce la ruptura más o menos abierta con Ben Laden.

A partir de allí, y luego de vincularse con Hassam al Turabi, líder intelectual de la revolución islámica en Sudán (donde Ben Laden vivirá por varios años) comienza el trabajo de integración de los diversos grupos que después darían origen a Al Quaeda, así también emprende la conformación de la red, creada ad-hoc, para gestionar su financiación. Para 1996-1997, las piezas están en su sitio, y se puede hablar de Al Queada como una red montada a nivel global, con apoyo estatal encubierto, en no menos de 50 ciudades del planeta; al tiempo que Ben Laden y su estado mayor se establecen en Afganistán. El control territorial, si bien dio a Al Quaeda una mayor flexibilidad operativa, capacidad de entrenamiento y la facilidad para que sus lideres vivan “en superficie”, no es una condición indispensable para el funcionamiento de la organización.

La ofensiva aérea contra Al Quaeda y los talibán continuará sin oposición, habida cuenta de la abismal brecha tecnológica que existe entre los contendientes; lo que, sin embargo, no garantiza ni que Ben Laden parta de Afganistán, ni que sea capturado o muerto, o que decida permanecer jugando al escondite en las montañas mientras otras células de su organización atacan en distintos puntos del planeta.

Desde el 11 de septiembre, Ben Laden tiene tanto espacio en los medios como un jefe de Estado o una superestrella del cine; sus declaraciones son repetidas en todos los idiomas, y su foto se convirtió casi en un objeto de consumo masivo. Es difícil de aceptar que, al disponer los ataques de septiembre, esta circunstancia no entrara en sus cálculos; así como que tampoco tuviera en cuenta que habría serias represalias. La dramática aparición televisiva de las últimas horas, con su estado mayor, no sólo le permite salir a disputarle a George Bush la primacía frente a las cámaras, sino que, por cuarta vez, convoca a la guerra santa, haciendo público su desafío.

Todo esto no parece ser la acción irreflexiva de un exaltado, sino más bien el frío cálculo de un jugador de ajedrez que, en medio de un proceso de escalada, “eleva la apuesta”, siguiendo un rumbo previamente definido. ¿Es que Al Quaeda tiene muchos más operativos dispersos por el mundo, que gente tiene en Afganistán? ¿Se aplicará aquí la teoría del “iceberg”, donde lo más importante está sumergido y lo que quedó en superficie quedó allí deliberadamente?

Quien planificó tan cuidadosamente los ataques del 11 de septiembre, no sólo en su ejecución sino en el efecto sobre la sociedad global, ¿dejó librado al azar lo que sucedería después? No se por qué, pero me resulta difícil de tragar.

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