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Julio Cirino

La defensa misilística, 1

Prioridades estretégicas de la Administración Bush:
La defensa misilística, 1


Entre las prioridades que se vislumbran para los primeros cien días de la administración recién inaugurada en Washington se destaca nítido el inicio del debate respecto de la iniciativa para desplegar un “escudo anti-misiles” –missile defense shield– capaz de proteger el territorio continental de los Estados Unidos.

En plena época de Ronald Reagan, una idea similar, conocida en aquel entonces como “Guerra de las Galaxias”, contribuyó de modo significativo a convencer a los dirigentes de la entonces URSS de que la brecha tecnológica era tal, que no había manera de equilibrarla con los recursos que podía proporcionar la desquiciada economía comunista. Aunque las “armas” de la Guerra de las Galaxias nunca pasaron de los “tableros de dibujo”, cumplieron su cometido.

El tema se presenta distinto hoy, y tiene dos facetas bien diferenciadas que comentaremos por separado. La cara política y la estratégico- tecnológica.

La primera implica a su vez varios aspectos; por una parte la administración Bush deberá primero aunar criterios en su propio gabinete respecto de la conveniencia de un despliegue de este tipo, atento a que desde el minuto cero del debate parecería que el vicepresidente Cheney, el secretario de Defensa Rumsfedl y su segundo Paul Wolfowitz apoyan francamente la iniciativa frente a un escéptico secretario de Estado (Powell) y una dubitativa asesora de Seguridad Nacional (Rice).

Luego de consensuar el tema, la Administración tendrá que “vender” el proyecto al Congreso, a la vez que convence a Rusia, China y en menor medida a sus aliados de la OTAN de que este despliegue no modifica el equilibrio estratégico mundial.
Simultáneamente habría que abordar la otra cara de la moneda: Las decisiones estratégico-técnicas.

¿Por qué un escudo antimisil?
A partir de los años 80, la tecnología para la producción de misiles de mediano y largo alcance (intercontinentales) fue dejando de ser un secreto de las superpotencias para convertirse casi en un lugar común. Ello fue posible por la proliferación de la tecnología de combustibles sólidos, del mismo modo que el perfeccionamiento de las “cabezas de guerra” permitió dotar a casi todos los vectores de “puntas” convencionales, nucleares, químicas o biológicas a voluntad.

Luego la producción del misil en sí y sus ojivas dejó de ser un tema insuperable para muchos países. ¿Dónde está pues la clave?
En el tipo de blancos contra los que vayan a ser dirigidos los misiles.

Genéricamente puede decirse que existen dos grandes “tipos” de blancos: duros y blandos. Los primeros son aquellos que, como los silos nucleares o los centros de comando, están protegidos por metros y metros de hormigón. El ataque a estos blancos requiere de dos cosas, la necesaria potencia en la cabeza de guerra, pero sobre todo un CEP muy pequeño. El CEP es el Circulo de Error Probable, el diámetro de la circunferencia donde el misil ha de impactar luego de volar cientos o miles de kilómetros. Cuanto más pequeño es el CEP, mayor la precisión y mayor la capacidad para destruir objetivos puntuales.

Lograr esta precisión (en algunos casos estamos hablando de CEP inferiores al metro) no es nada simple tecnológicamente, y requiere de sofisticados sistemas de guía que no están disponibles fuera del círculo áulico de Estados Unidos, Rusia y algunos miembros de la OTAN.

Por el contrario, los blancos llamados “blandos” por definición son aquellos no protegidos y que por su tamaño son casi imposibles de errar, es decir: ciudades. Con nulo valor militar, pero con inmenso valor político, psicológico y moral.

El razonamiento norteamericano
Un país enemigo (Irak, Libia, Irán o Corea del Norte por citar algún ejemplo) o un grupo terrorista o narco-terrorista en posesión de mísiles de largo alcance (aún cuando fuera uno solo, o muy pocos) podría estar en condiciones de obligar a los Estados Unidos a rendirse ante un “chantaje nuclear”, mediante el expediente de amenazar de manera creíble con, por ejemplo, volar New York o Chicago.

La pregunta retórica que se plantea es qué presidente de los Estados Unidos tomaría sobre sus hombros la responsabilidad de condenar a muerte a miles de sus compatriotas. En esas circunstancias, las presiones para que el presidente aceptara las demandas serían enormes y si así lo hiciera, se abriría entonces la “caja de Pandora” de un interminable chantaje y este escenario –hasta ahora sólo visto en películas– es, según muchos analistas factible en los próximos diez años.

Claro que el sistema despierta no pocas suspicacias, particularmente en Rusia y China, que viven aún pensando que la doctrina MAD (Destrucción Mutua Asegurada) fue lo que salvó al mundo de un holocausto nuclear, en el que no habría vencedor posible.

Ahora la pregunta es si, una vez desplegado el “escudo”, Estados Unidos no lo utilizaría para imponer una hegemonía mundial resguardado en una “impunidad nuclear”. La respuesta norteamericana es que un sistema como el que ellos están pensando tendría capacidades limitadas y podría detener un pequeño número de mísiles no demasiado sofisticados, pero nunca funcionaría respecto de un intercambio nuclear generalizado, por lo que la doctrina MAD seguiría vigente.

Pero el escudo misilístico es técnicamente posible, o es sólo un sueño para el futuro...

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